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Una de las tareas más ingratas al preparar una boda es organizar las mesas. Nunca cuadran. Siempre hay invitados ovnis que no encajan en ninguna, mesas que se quedan descabalgadas y otras que acaban convertidas en el baúl de la Piquer: lo mismo una prima segunda que el tío del pueblo. Es lo primero que pensé al ver la mesa de boda que les pusieron a Sánchez, Baldoví y otros chicos del montón en el hotel donde se reunieron para escenificar el apoyo universal y gratuito al líder. Les faltaba la copa de sorbete para digerir bien la comunión con ruedas de molino.

Sin embargo, había algo que resultaba revelador: la composición de la imagen. La ubicación en la mesa, la centralidad de Sánchez I el Grande, a su derecha el PSPV y a su izquierda, Compromís. Como Santiago y Juan. No sabéis lo que pedís. Pero, por encima de todo, lo que llama la atención es que se veía una mesa puesta para la foto. Recordaba a los desayunos en las series de televisión de los noventa. Ahora han ampliado los planos pero entonces se arremolinaban todos en un lado o en los laterales para dejar hueco a las cámaras. La mesa del 'compromís' con Sánchez parecía sacada de 'Médico de Familia' o de 'Los Serrano', con el espacio adecuado para que dieran bien ante el objetivo. O falta gente o sobra espacio. Solo espero que al irse las cámaras los comensales se juntaran un poquito como hacemos todos tras la foto de rigor en una cena familiar. De cualquier forma, el propósito estaba cumplido: la escenificación. Que Sánchez se esfuerce más por conquistar un voto que por seducir a Unidas Podemos da la medida de su postureo estival. No es Baldoví quien le va a dar el gobierno pero él se lo da a cambio de promesas vanas para alimentar el victimismo posterior. Y, así, todos ganan, aunque sepan el final y no sea feliz.

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