LA MEDIA LUNA
Los negocios cambian, se optimizan recursos y aparece la dependienta-orquesta
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Pasé hace poco por una pastelería en la que durante mi etapa universitaria alguna tarde entraba a comprarme algo de merienda. Quise probar a ver si tenían mi pastel preferido en aquellos tiempos, la media luna. Hola, buenas (no sé por qué dije buenas porque yo nunca digo buenas, sino buenos días o buenas tardes o buenas noches, pero tal vez por el nerviosismo del viaje al pasado dije buenas), ¿tiene una media luna? La chica que estaba detrás del mostrador y que no había contestado a mi cordial buenas estaba medio encorvada, fregando unas tazas y pendiente tanto de la cafetera en marcha como del horno del que estaba a punto de salir algún producto recalentado. Al fin levantó la vista y me espetó, ¿una media qué...? Una media luna. ¿Y eso qué es? Pues una media luna es un pastel con forma de media luna, como su mismo nombre indica, es decir, una luna llena partida por la mitad, y que tiene un trozo de bizcocho por arriba, otro por abajo y una crema pastelera muy rica en el centro, y que también puede incorporar aunque no es necesario un baño de azúcar glass en el bizcocho superior. Pues no, no tengo de eso. Pues antes sí tenían. ¿Antes, cuándo? Cuando yo pasaba por aquí, en mi época de estudiante, hará... no sé, unos treinta y cinco años... más o menos, año arriba, año abajo... Ah, pues es que yo no había nacido. Ya, pero la pastelería sí que estaba. Pues no sé, tendrá que hablar con el encargado, ¿quiere que le ponga un café? No, no quiero un café, quiero una media luna, mi media luna, aquella media luna dulce y suave, esponjosa, nada empalagosa, que me servían con una servilletita de papel para que no me manchara los dedos. Si quiere le puedo poner un cruasán y un batido. No, tampoco quiero ni un cruasán ni un batido, pero dígame una cosa: si un cliente pide un pastel ¿lo incorporan a la carta? ¿Un cliente?, ¿qué cliente? Yo mismo. Usted ha dicho que hace treinta y cinco años que no viene por aquí, no puede decirse que sea un cliente. Bueno... sí... la verdad es que en eso tiene razón (acuso el golpe), pero así y todo creo que tal vez deberían pensarse lo de la media luna. No hemos tenido más peticiones en ese sentido. ¿Nadie más que yo les ha pedido una media luna? Nadie en absoluto, al menos en los seis meses que llevo yo aquí. ¿Sólo seis meses? Sí, sólo, pero en ese tiempo le puedo asegurar que la primera vez que he oído hablar de la media luna es hace cinco minutos. Para entonces, la dependienta-camarera-cocinera-pinche-cobradora había terminado de fregar tazas, platos y vasos, había servido un café con leche a un cliente, a uno de verdad, había sacado unas tostadas del horno para otra señora y había recogido un servicio de una mesa en la terraza. ¿Prefiere un zumo? No, no se preocupe, voy a ver si encuentro algún horno de toda la vida donde aún hagan la media luna. Pero ella ya estaba otra vez faenando, lavando, secando, colocando, preparando, cobrando, atendiendo...
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