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Paolo Bendandi
La maternidad, el futuro; los abuelos, el cimiento

La maternidad, el futuro; los abuelos, el cimiento

ENRIQUE MANGLANO VICEPRESIDENTE SEGUNDO DE AVAFAM

Jueves, 10 de enero 2019, 08:38

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Leo que el Papa Francisco quiso hacer una loa a la maternidad en su primer discurso del año 2019 desde el Vaticano. Quiso poner en la centralidad de la humanidad y su historia a las madres al decir que «la familia humana se fundamenta en las madres». Y quiso a su vez resaltar la mirada y el comportamiento tierno de las madres como la visión que trae porvenir al mundo, ya que «un mundo en el que la ternura materna ha sido relegada a un mero sentimiento podrá ser rico de cosas, pero no de futuro». También en esto Francisco ha dado en la diana de los problemas actuales. Un mundo dominado por ideologías y prácticas que relegan a un segundo plano a las madres con el pretexto de defender a la mujer (¡qué contradicción más nefasta!) no tiene futuro. Una política y una ideología que discrimina a la madre (sí, porque quien sufre verdadera discriminación en esta sociedad es la mujer madre) siembra la destrucción de la sociedad y, lo que es peor, la hace huérfana de ternura y falta de esperanza y amor, que es lo que de verdad mueve el mundo. Los hijos (cuando los hay, que el objetivo parece que sea vaciar el mundo de seres humanos) que no han experimentado el amor de una madre dedicada, «pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos. Cuántos olvidando el afecto materno, viven enfadados e indiferentes a todo» dice Francisco al mundo desde su balcón.

Sin duda, uno de los problemas más importantes de la sociedad y el mundo occidental es que estamos perdiendo el concepto central de la maternidad. No solo no se apoya la maternidad, sino que se le pone trabas, cuando no se le ridiculiza, se le combate y se le tacha de enemiga de la mujer, que no se realizará si es madre. Quiero llamar a la mujer a liberarse de esa visión suicida que pretende disociar el empleo de sus talentos evidentes -su éxito- del papel principal que la naturaleza le da: la capacidad de ser madre. Nada, ningún proyecto humano, ninguna meta, puede ser equivalente a la de dar la vida y transmitir la ternura de una madre. Ninguna aspiración de la mujer se debe hacer incompatible con poder tener hijos. La sociedad debe articular medidas para que el éxito laboral de la mujer pueda compaginarse con su deseo de ser madre. Y aquí están jugando un papel importante los abuelos. En estos tiempos entrañables de Navidad y Reyes que acabamos de vivir hay que destacar el esfuerzo que, para sostener el porvenir de la sociedad, estamos requiriendo de la generación anterior. Ellos están cargando con la obligación familiar de dar ternura a los niños que los padres atareados no pueden procurar. Mientras los padres están ocupados en su éxito profesional o, simplemente, luchando por traer el sueldo necesario a la casa, los abuelos pasean a los niños, los llevan a distraerse y jugar, les enseñan las tradiciones familiares, les transmiten lo que son por pertenecer a una familia. Sí, el papel de los padres está siendo asumido hoy en día por los abuelos, que llevan a cabo el suyo también. La educación de nuestros niños -¡menos mal!- está siendo asumida por nuestros padres en gran parte. El modelo de padre y de madre, la «mirada tierna», los abrazos y los reproches, los reciben los niños de sus abuelos; quien toma al niño de la mano en su desarrollo son los abuelos. El eslabón necesario para el futuro de la sociedad está siendo asumido por los abuelos.

«En la cultura fragmentada de hoy, donde corremos el riesgo de perder el hilo, el abrazo de la madre es esencial» nos recuerda de nuevo Francisco. Sin ánimo de corregir al Santo Padre, diría que ese abrazo esencial le viene a nuestros hijos de los abuelos. Por eso quiero, con estas líneas, hacer una llamada al reconocimiento del esfuerzo de los abuelos por mantener una sociedad humana entre tanta competición, entre tanta maldad. «Necesitamos aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos, la sabiduría en la mansedumbre» (Francisco). Esa lección nos la están dando los abuelos. Y nosotros no la perdamos tampoco, asistamos a esa clase que nos están dando nuestros padres, si queremos la mejor sociedad para nuestros hijos. Y dejémonos abrazar por la ternura, la mirada tierna de nuestros padres y nuestros hijos. Paremos un poco de nuestra ajetreada vida y dediquémonos a dar y recibir ternura.

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