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Matar a Joan Fuster

BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA

Lunes, 16 de septiembre 2019, 08:15

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No se alarme, querido lector, ésta no es una prédica vicentina convocando a una rebelión violenta; ni una de esas tradicionales invectivas dirigidas al controvertido ensayista; y, por descontado, sería absurdo pretender matar al ya difunto. Excepto a Franco, a ese sí; para luego cocinar caldo con su osamenta y deglutirlo a grandes sorbos en un ritual necrófago de mística revolucionaria. No, estas líneas pretenden llevarle a la reflexión acerca de la utilidad del fusterianismo -o catalanismo- desde su gestación filosófica a su implementación en las estructuras administrativas, educativas y, con relativo fracaso, en las sociales.

'Nosaltres, els valencians', ensayo y obra cumbre del suecano, catálogo infinito de reproches, lamentos, desistimientos, juicios de valor e impertinentes indagaciones psicológicas sobre los personajes históricos resiste como códice sagrado y guía estricta para nuestro franquiciado nacionalista -o nacionalismo 'chicotet' o inverso- y sus relamidos hermeneutas. Pregúntese, e invite a los demás a hacerlo, ¿qué ha aportado de positivo este movimiento a la sociedad valenciana? ¿Acaso ha sido capaz de la recuperación esplendorosa de los intangibles culturales en nombre de la 'catalanitat' de todo? ¿Es una herramienta eficaz de vertebración territorial y cohesión lingüística con las comarcas castellanohablantes de «valencians secundaris i marginals»? ¿Es la sublimación definitiva de todo aquello que le es propio al «País Valencià»: «regne» de las comillas y la minúscula inicial, en contraposición al robusto «Principat», mayúsculo faro alejandrino? Y finalmente, salvo para el propio entramado empresarial adherido o subsidiario, ¿qué aporta al PIB autonómico desde su perspectiva económica ecosocialista y contenidamente anticapitalista?

No perdamos más el tiempo en corretear tras este gamusino con mala leche que se proyecta a sí mismo como un titán mitológico sobre una sábana blanca, rompamos estratégicamente con el temor a su sobredimensionado prestigio y sacrifiquémoslo poco a poco asumiendo su ineptitud y la transitoriedad de su égida.

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