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Una marea antidemocrática

JOSÉ M. DE AREILZA

Domingo, 24 de noviembre 2019, 09:54

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Dos conocidos intelectuales, Ivan Krastev y Stephen Holmes, han publicado un ensayo provocador sobre los errores del liberalismo desde la caída del Muro de Berlín. En 'La luz que se apaga', recién traducido al español, argumentan que Occidente ganó la guerra fría pero perdió la paz. Parece muy difícil, afirman, «imaginar un futuro que siga siendo democrático y liberal con firmeza». La fe en la democracia pierde cada vez más adeptos y los miedos ante el futuro llevan a levantar muros y rechazar a los inmigrantes. Una sucesión de acontecimientos han echado por tierra la idea del fin de la historia en boga en 1989 (los ataques del 11 de septiembre, la segunda guerra de Irak, la crisis económica de 2008, el expansionismo ruso, la impotencia ante la guerra en Siria, la crisis migratoria en Europa, la llegada al poder de Donald Trump y el 'brexit'). Los dos autores sostienen que la marea de anarquía iliberal y antidemocrática se debe al rechazo por millones de ciudadanos de una política de imitación del sistema capitalista y liberal. Esta lucha contra la hegemonía ideológica occidental ha tenido lugar primero en el Este de Europa y luego se ha propagado a muchas otras partes del mundo. La imposición de un tipo de valores desde fuera, dando por supuesto que no hay otro camino, ha llevado a una rebelión contra la ortodoxia global y su pretensión de superioridad incontestable, unida a un reclamo de vasallaje.

El problema de este análisis es que no tiene en cuenta el enorme progreso moral, no solo económico, que ofrece el modo de vida occidental, basado en los valores de libertad, igualdad y solidaridad. Sus imperfecciones y retrocesos no deberían llevar a una impugnación tan severa. Asimismo, las alternativas que proponen Krastev y Holmes son muy vaporosas. Consisten en invocaciones a la cercanía, la autenticidad, las tradiciones locales, la herencia histórica y el pluralismo. Desde luego, hay que defender y proteger las identidades colectivas, siempre que sean abiertas, inclusivas y compatibles con otras. Pero no está claro dónde queda la protección de los derechos fundamentales o la rendición de cuentas de los que ejercen el poder. Otro aspecto controvertido de su análisis es la visión de China y su papel en el mundo. Ven en el gigante asiático el claro competidor por la hegemonía mundial frente Estados Unidos, que no querría obligar a ningún país a imitar su sistema de valores y de organización política. Hay algo de ingenuidad al situar a China solo como competidor económico principal de Occidente y decir este enfrentamiento que «no constituirá un conflicto entre dos visiones universales sobre el futuro de los seres humanos». A cambio, el ensayo acierta al advertir que estamos ante el fin de una era en la que dábamos por supuesto el triunfo del liberalismo y la democracia. La pugna perpetua por las ideas ilustradas continúa.

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