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José Ibarrola
Malestar  socio-cultural

Malestar socio-cultural

SALVADOR PEIRÓ I GREGÒRI CATEDRÁTICO DE UNIVERSIDAD. GRUPO DE ESTUDIOS DE ACTUALIDAD DE VALENCIA (AGEA). UNIVERSIDAD INTERNACIONAL LIBRE DE LAS AMÉRICAS

Domingo, 1 de septiembre 2019, 08:44

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Cultura es lo bueno elaborado, acumulado y transmitido de generación en generación. Las sociedades se componen de individuos que viven en espacios y tiempos determinados. Cada grupo toma los bienes de la cultura, los actualizan, los transforman e innovan, esto gracias a la creatividad personal. De esta manera sucede la cadena de civilizaciones. Para transmitir los contenidos de padres a hijos se emplean signos, pinturas, relatos, esculturas, artes, liturgias. Lo que dio un salto cualitativo es el lenguaje, en tanto que un conjunto de palabras que designan unas realidades y se comparten por un grupo de personas.

La integración de cultura con los sujetos es la comunidad, que plasma lo dicho en forma de prácticas sociales que enseñan el deber-ser (valores) en sus miembros. Es la formación de las conciencias. En consecuencia, en cada comunidad uno es más civilizado cuanto más conoce y vive los lenguajes, usos, tradiciones, historial del pasado de tal sociedad, así entiende gestos y actitudes de los demás. Al tener este bagaje, se entiende que una persona posee sentido común. Por esta razón, cada persona es a la vez hijo y padre.

Desde lo lingüístico, por ejemplo, importan más las palabras (semántica) que la estructura (sintaxis). Por esto, en una sociedad abierta, tenemos que la cultura se transforma constantemente, no obstante ha de mantener un mínimo de valores y lenguaje común, sin el cual su humanidad languidecería. Sin embargo, las culturas no poseen el rigor de un sistema. Por esto, si efectuáramos una deducción de rasgos personales de un sujeto, y le juzgamos en función de su adherencia cultural general, le podríamos etiquetar, lo cual sería actual a lo racista. Por lo mismo, tampoco hay gente sin raíz, pues la cultura es viva al igual que el individuo; por tanto, uno no se puede cortar las raíces, porque la cultura muerta no cambia. Es decir: se ha de vivir en grupos o comunidades concretos.

La socialización no es un mero proceso imitativo, interactivo, por el cual un individuo adquiere o perfecciona su comportamiento con relación al desenvolvimiento habitual, según una adecuación a grupos de referencia. La razón está en que tales grupos no son uniformes, como si se tratase de conglomerados, o avisperos o colonia de hormigas...

Por tal motivo, en cada sociedad hay pluralidad de personas que mueven a grupos, interacción que pudiera dar crisis de convivencia. Los conflictos entre grupos ocasionan que se jerarquicen los grupos de elementos culturales (por ejemplo: lenguaje -¿valencià o català?, política -¿unidad o independencia?...), puesto que los trasladan a la sociedad. Esto se nota más cuando, como actualmente, las identidades colectivas están en transformación, ante lo cual, los sujetos mantienen actitudes defensivas, reivindicando una identidad 'originaria'.

Si las crisis convivenciales no se atienden, se enrarecen, pudiendo ocasionar polarizaciones lacerantes. Las soluciones han de tender a la búsqueda del bien común, de todos y cada uno de los que encarnan cada realidad social en ese espacio geográfico, en unos tiempos precisos y sin contradecir la propia génesis histórica. Cuando en la actividad política impera el pragmatismo puro y duro (interés del más fuerte o de una minoría ruidosa y coactiva), sucede cierto deslizamiento hacia una ausencia de moralidad (o cae en una inmoralidad). Se trata de sustituir el respeto a la dignidad de cada cual por el usufructo de algunos. Por ejemplo, que una mayoría de padres no deseen que haya inmigrados en un aula, no es bien común, aunque si es un interés general. Tampoco, para el mundo educativo basta con confundir lo valioso como sólo mero rendimiento, puesto que esto sólo busca un beneficio individualista que sale del ego. La altura de nuestra civilización logra más alto nivel con actitudes de esfuerzo, veracidad, etc. que con saber muchas nociones. Pues esto último depende de lo anterior.

Una manera de confundir tales dimensiones es cuando se atenta contra el sentido civilizatorio, por ejemplo, manipulando la idea de cultura-comunidad. Así se actúa con sectarismo. Concretemos: en las escuelas -de una en una, o considerando la política educativa- sucedería cuando el profesor en sus clases excluyera unos valores que proyecto educativo institucional contiene, con la pretensión de imbuir los propios valores a los alumnos, o también, enseñaría así con reduccionismo (dar parte del contenido, en vez del todo de la cultura, incluida la religiosidad); efectuar o promover la intolerancia (xenofobia, racismo, discriminación), o imbuir creencias o doctrinas políticas en asignaturas que no versan sobre temas de fe. Tales prácticas suceden cuando hay monopolio cultural y se practica abusivamente (pensemos en Hitler, quien tomó los estados de habla alemana como una comunidad total; o «el cortar lo genital masculino...»). El lector puede recordar otros casos de aquí, y no sólo en lo lingüístico.

El problema es cuando unos pocos (el soviet o el movimiento nacional, o... piense cómo se llamaría esto ahora) determinan que una sociedad viva como comunidad, dictando los elementos culturales de todos. Así se saltan a la torera la neutralidad afectiva y el bien común. Hay que juzgar la realidad, y para esto me atrevo a copiar una frase de Spaemann, con relación al abuso de la cultura y los valores: «Al hablar del peligro del discurso sobre la comunidad de valores quisiera dirigir la mirada hacia la tendencia a sustituir paulatinamente y cada vez más el discurso sobre los derechos fundamentales por el discurso sobre los valores fundamentales. No me parece inocuo de ninguna manera. (...) Sin ninguna duda el Tercer Reich ha sido una comunidad de valores. Se denominó 'comunidad popular'. Los valores que en aquel entonces se consideraron supremos -nación, raza y salud- se colocaron, por supuesto, por encima del derecho y del Estado, y, al igual que en los estados marxistas, el Estado no era más que una agencia de valores supremos».

Por otra parte, tampoco hay que caer en el reglamentarismo aséptico, pues hay quienes no dejan vivir a los demás, quienes atormentan a otros con un sinfín de reglas y mandatos que ahogan los ánimos y las ganas de vivir. Recordando a Tácito: «Pessima respublica plurimae leges»: Cuantas más leyes dé el estado, peor gobernará).

Concluyendo: Yo no puedo decidir unilateralmente (mi deseo, lo subjetivo, lo de un partido...), sino intentar hacer lo positivo (bien común de la realidad buena). Yo no podría poner(me) las normas de convivencia, si no es para bien de todos y cada uno.

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