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MI LUGAR EN EL MUNDO

MI LUGAR EN EL MUNDO

Mudarse de Mestalla supondrá para el valencianismo dar carpetazo a un siglo de historia, pero también a miles de emociones cotidianas

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 22 de abril 2019, 08:40

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Rosa es una de las mejores alumnas del instituto en el que trabajo desde hace tres años. Aplicada y responsable, dotada de una inteligencia serena y una envidiable capacidad analítica, escribe como los ángeles y razona con acierto tanto sobre las tablas como ante el folio en blanco. Es, además, una excelente persona, de una modestia que asombra -otros con menos sobresalientes en el boletín de notas de la vida suelen pavonearse como si fueran Aristóteles o hubieran descubierto la teoría de la relatividad-, una madurez sorprendente para su todavía corta edad, situada en plena adolescencia, y una generosidad que demuestra diariamente.

A esas magníficas cualidades, que le abren un esplendoroso futuro en cualquier sendero profesional que desee emprender, Rosa suma una que, a mi juicio, decanta la balanza definitivamente hacia el camino de la excelencia vital. Mi compañero Pepe, un (otro) tipo formidable y de gran amenidad, me la descubrió hace dos años. «Hay algo que quiero contarte que estoy seguro de que te gustará», me dijo al finalizar una de sus clases en el grupo de Rosa, que por aquel entonces cursaba segundo de la ESO. Había solicitado a sus estudiantes la descripción de un espacio significativo para ellos, un ejercicio habitual en nuestra asignatura. En estos casos los alumnos suelen optar por repasar telegráficamente, con evidente desgana -la redacción no deja de ser un trabajo de clase y, por ello, les resulta una tarea pesada y poco agradable-, sus lugares de vacaciones. La sorpresa saltó de la mano de aquella alumna tranquila y agradable, de excelentes calificaciones, que en las primeras líneas de su texto daba cuenta de la gran pasión de su vida. «Mi lugar en el mundo es mi asiento en Mestalla», explicaba con sinceridad. Más allá de las filias futbolísticas compartidas, que desconocía, la respuesta me cautivó por su originalidad. Desde entonces, cada vez que veo a Rosa por los pasillos del centro intercambiamos gestos de complicidad y breves comentarios sobre la marcha del Valencia.

Cuando la semana pasada supe que el club había encontrado, por fin, una solución para vender las parcelas de Mestalla -solución que, aprovecho para explicitar, me deja un poso de duda similar al que sentí en las desagradables experiencias pasadas- pensé instantáneamente en la redacción de Rosa. Y se me agolparon, al mismo tiempo, decenas de sentimientos que sirven para explicar lo que el estadio, aun vetusto y repleto de imperfecciones, significa para mí. Concibo Mestalla como algo más que un recinto de uso deportivo en el que juega mi equipo. Es parte de mi vida y de la de mis antepasados. En alguna ocasión he contado en esta misma columna que cada vez que acudo al estadio revivo parte del pasado familiar. Nada más cruzar el vomitorio me dedico a buscar los espacios de la memoria de los míos: las sillas en las que se sentaban mis abuelos y mi padre, desde las que vi jugar al Valencia en directo por primera vez; las cabinas radiofónicas, especialmente aquella en la que narré mi primer partido como periodista deportivo hace quince años; las otras ubicaciones por las que he vagado como un nómada de la grada. Solo después de cumplir con ese rito, que me ayuda a recordar a personas que ya no están y momentos que dejaron huella en mi vida, bajo la vista al pasto.

Seguramente habrá quien piense, al leer las líneas anteriores, que hago en cada visita a Mestalla un ejercicio de impostación sentimental algo estúpido y que me aferro a un pasado que idealizo. O, quizá, que me falta algún tornillo. Me da igual. Además, no soy el único. La grada está repleta de valencianistas que profesan al estadio un amor incondicional y que sienten como una lanzada la noticia del adiós. Tengo un amigo que suele afirmar que es más de Mestalla que del Valencia y que asegura que de confirmarse el abandono del estadio nada volverá a ser igual para él. Otro me comentaba hace unos días sus sensaciones al respecto del aparente desenlace. A pesar de la voluntad positiva del mensaje (este año, me decía, se ha despedido al viejo Mestalla de la mejor manera posible, de una manera que ni hubiéramos podido soñar hace apenas unos meses) pude percibir la congoja y el dolor por la próxima pérdida instalados al otro lado del whatsapp.

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