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La idea es de Jesús Signes, el compañero fotógrafo del periódico. Tras cubrir la manifestación citrícola del pasado domingo día 7 en Valencia, regresó a la redacción pensando en lo que había visto y escuchado. Tenía muy frescas las consignas de la protesta, las explicaciones de la gente, los datos de agricultores que explicaban el alcance del drama, la sinrazón de que la Europa desarrollada exija de todo a los productores valencianos y permita la entrada de fruta de países terceros sin cumplir nada de lo que exige a los socios de casa, el incumplimiento constante de las Administraciones a todos los niveles, las promesas que se diluyen, los anuncios que se olvidan, las compensaciones que se esfuman... Hasta el mismo peligro para la salud de los consumidores y la de los cultivos europeos por dejar que entre de todo, sin aranceles y sin controles, con tal de que sea más barato. ¿Esto se puede aguantar hoy en día en la Europa adelantada que nos predican?

Así que Signes afloró su idea genial y a la vez sencilla: «Entre todos los citricultores -dijo-, o al menos entre unos cuantos, qué más da, deberían pagar a un pequeño grupo de jóvenes, no más de tres o cuatro, que se encargaran de mantener bien ocupadas las redes sociales con explicaciones sobre lo que está pasando, las condiciones de cultivo de las naranjas en Valencia y el resto de España, los productos tóxicos que pueden contener las que vienen de fuera por tratarlas con productos que aquí están prohibidos...»

El bueno de Signes lo tiene muy claro. «Hoy en día no tiene mucho sentido repetir lo que se hacía décadas atrás. Un joven no entiende los mensajes de miles de personas manifestándose por las calles. El mensaje moderno es la comunicación a través de las redes sociales, y además de que es lo que hay, resulta que es instantáneo y sumamente efectivo. De manera que lo inteligente y positivo sería contratar a unos pocos jóvenes, hábiles comunicadores, para que se encargaran precisamente de eso, de comunicar a través de las redes sociales, lo que contribuiría a cambiar la imagen de la naranja valenciana y española, a ponerla de moda, a estimular el consumo y la demanda hacia nuestro producto». Signes tiene toda la razón. Con tanto como se habla últimamente de la conveniencia de trabar un lobby citrícola de España que presione en Bruselas y contrarreste la labor de los lobbies de otros países (por cierto, los que funcionan no se anuncian, y al revés), qué mejor presión, efectiva y fácil de formar, que la de un equipo de buenos comunicadores jóvenes, bien informados del percal, que se pusieran a la tarea de inmediato. Signes advierte: «¿No invierten los citricultores en modernizarse, en cambiar de variedades, en riego por goteo..., por qué no se modernizan también en esto ya?»

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