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Supongamos que el Papa Francisco viniera a España en una visita de contenido no estrictamente pastoral sino también político, institucional. Imaginemos por un momento que el Pontífice acordara con las autoridades españolas una agenda de actos que incluyera no sólo la recepción con el Jefe del Estado -el Rey- y con el presidente del Gobierno sino también con los miembros del Congreso, como representantes del órgano legislativo. Y continuando en esta línea de suposiciones, vamos a añadir la variable de que los servicios de protocolo del Vaticano se dirigieran a la Presidencia de la Cámara baja para indicarle que en el momento del saludo al Santo Padre sólo los hombres podrían estrecharle la mano, no así las mujeres, por una cuestión «religiosa». El escándalo, obviamente, sería mayúsculo. Todo el aparato político y mediático del pensamiento único de lo políticamente correcto se lanzaría en tromba contra semejante imposición, que iría acompañada del boicot no sólo de las diputadas sino también de los diputados tanto del PSOE y de Unidas Podemos como de los socios habituales, es decir, los Compromís, ERC, Bildu y compañía. ¡La Iglesia machista y antifeminista! ¡El Papa menosprecia a las mujeres, las insulta! Es fácil componer los latiguillos a los que recurrirían los ofendidos portavoces de partidos de izquierdas, sindicatos, organizaciones feministas, intelectuales y voceros de todo este batiburrillo que tanto se indigna cuando el viento sopla de Poniente mientras permanece impasible y se pone de perfil si lo hace de Levante. Y es así como asistimos al fantasmagórico espectáculo de que un partido -dícese de Vox- que ese mismo pensamiento único acusa de estar a favor del maltrato a las mujeres es quien tiene que salir a defender la dignidad de las diputadas españolas que la presidenta del Congreso, la socialista Meritxell Batet, había dejado por los suelos al aceptar -aquí sí, esto ha ocurrido en la España del siglo XXI- la imposición de la embajada de la República Islámica de Irán para que sólo los varones estrecharían la mano de la delegación de aquel país que iba a visitar el edificio de la Carrera de San Jerónimo. Una vez más, el silencio de los corderos apesebrados, la cobarde complacencia y la rendición de valores de la izquierda acomodaticia que lo mismo se acuesta con nacionalistas que abre las puertas de par en par a un islamismo que relega a las mujeres a un papel marginal y las obliga a taparse para no hacer pecar a los hombres. Si hubiera sido el Papa el autor de la ocurrencia, estaríamos ante un escándalo, un incidente diplomático, oiríamos a Pablo Iglesias bramando contra los curas, los obispos, los Acuerdos con la Santa Sede, los colegios concertados... Pero es Irán, e Irán es una república amiga, amiga de Iglesias y del pensamiento único.

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