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Los libros se abren también para abrazar

Los libros se abren también para abrazar

Una pica en Flandes ·

Me alegro si descubro una novela que me enamoró, la saco, la hojeo con nostalgia de ex y la devuelvo a su lugar con delicadeza

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 15 de abril 2019, 07:44

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Me gusta perder el tiempo en las librerías. No sé entrar y salir sin más. Comprar un libro, elegir uno y sólo uno, me cuesta horas. Es un proceso doloroso porque si pudiera me llevaría todos. Recorro los estantes, acaricio el lomo de los que están de pie. A veces, los abro, los huelo, los leo un poco... Me alegro si descubro una novela que me enamoró, la saco, la hojeo con nostalgia de ex y la devuelvo a su lugar con delicadeza. Los libros son mi vida, me han rodeado desde que nací como las hojas a un árbol. Adonde vaya, en cuanto paso más de una semana, las pilas de libros al lado de mi almohada empiezan a crecer como estalagmitas. Las librerías son la cueva de la que provenga.

Sin embargo, con el paso del tiempo, sí he notado un cambio en mi pasión libresca. Antes, digo durante cincuenta años, al descartar un volumen en la librería me consolaba pensando: «Ya lo leeré más adelante; hoy no, pero quizá mañana...». Ahora, al dejar en su sitio un libro que no voy a comprar, me castigo: «Ya nunca lo leeré; hoy no, pero mañana tampoco». No quedan noches suficientes para lo que me resta por leer, se han escrito más cosas interesantes de las que es posible devorar en una vida corriente. Supongo que los escritores profesionales tienen todas las horas libres para la literatura, los demás por desgracia no.

La afición a la lectura surge de la curiosidad. No concibo una persona curiosa que no sea lectora. Y actualmente, al darme cuenta de que ya no alcanzo a leerlo todo, estoy desechando con tristeza áreas de conocimiento de las que no llegaré a disfrutar. La primera foto de un agujero negro, por ejemplo, no hace tanto me habría impulsado a documentarme sobre el origen del universo y la posibilidad de viajar en el tiempo. Lamentablemente, a mis cincuenta y cuatro tendré que conformarme con cualquier reportaje de revista dominical. A eso me refiero. El secreto de la sexualidad femenina, pongo por caso, es una laguna mental que presentamos los varones de mi generación, como cualquiera sabe, y que por fin yo renuncio a rellenar, por infinita curiosidad que sienta.

A estas alturas disfruto más en las ferias del libro antiguo y de ocasión que en las ferias del libro a secas. En la feria del libro nuevo me pasa igual que en las discotecas, voy cuando toca, pero me mareo con tantas caras y tendencias modernas. En cambio, lo del libro de ocasión se parece a una fiesta nostálgica con mis compañeros de promoción, ahí conozco a todo el mundo y todos me conocen. En la última de hace unas semanas, me acerqué a un ejemplar de 'Rimas y leyendas' de Bécquer de la Colección Austral, mi primer libro de cabecera, y le dije, sintiendo piedad: «Qué mal te ha tratado el tiempo, tus páginas están amarillas». Y el libro me respondió: «Pues anda que a ti...». Creo que también él tuvo piedad. Los libros viejos se abren para abrazar a los lectores viejos.

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