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Lecciones de vida

miquel nadal

Viernes, 15 de septiembre 2017, 10:05

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Alguien muy cercano a mí, sangre de mi sangre, ha sido objeto de una injusticia rotunda, notoria, de esas que lesionan el orgullo adolescente, y hacen creer que la realidad conspira en contra de quien se desempeña en la vida con educación, compromiso y actitudes equilibradas. Desdibujar el agravio y recordar que al final la vida pone a cada cual en su sitio y que lo importante es la lealtad con uno mismo, la palabra interior, y no el murmullo de la calle y el aparente éxito es paradójico. Parece que uno esgrima con efectos balsámicos el cuento de la Cenicienta, avalando que se producirá un final feliz, y sin embargo eso no es una garantía, pues las más de las veces en la vida, como en el fútbol con Alemania, siempre ganan los mismos. El desarrollo territorial en España, y el actual debate, es consecuencia también de no haber sabido consolidar una diferencia sustancial en el desarrollo del Estado de las Autonomías y su rotundo nivel de autogobierno. Entre el huevo y el fuero, también era necesario adornar el fuero y asegurar una etiqueta que permitiera la diferencia simbólica entre unos y otros territorios. Pero también hay que pensar que en el día después y en el futuro se cometerá un error si desde el Estado se cae en la tentación de rectificar determinadas políticas, para evitar errores del pasado, y se penaliza a aquellos territorios como el nuestro con una sospecha de contagio. El castigo sería doble, y haría pensar que la educación, el compromiso, y el equilibrio, llámese la lealtad, no sirven para nada. Ante los desequilibrios y las injusticias se han de tomar decisiones para resolver los problemas de fábrica pagando lo que se gasta y es justo y necesario, sin necesidad de enarbolar banderas. Escribió Kenneth Minogue: «El nacionalismo es un cuento que comienza como 'La Bella Durmiente' y acaba como el monstruo de Frankenstein». Yo no lo creo estrictamente así. Todas las ideas e ideologías pueden mutar en monstruosidad. Precisamente para que no acabe como el monstruo de Frankenstein, la madrastra, y la bruja, y los habitantes del castillo han de reaccionar y que la Bella Durmiente se despierte y proyecte su actividad en torno a la humanidad, el respeto a la pluralidad y la discrepancia, y el alejamiento de la tentación del totalitarismo. Yo estoy convencido que buena parte de ese murmullo tiene poco que ver con el nacionalismo y que en él pesa más el impulso de la construcción de una sociedad alternativa y radical, que la construcción de un país. Sebastian Haffner, en sus imprescindibles memorias sobre la Alemania de entreguerras, 'Historia de un alemán', llegó a escribir: «El verdadero enfrentamiento subyacente y oculto por supuesto bajo un sinfín de clichés y trivialidades muy extendidas tenía lugar entre el nacionalismo y el sentimiento de lealtad al propio país». Rescatar al nacionalismo de Frankenstein.

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