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ILUSTRACIÓN: IVÁN BRAVO
LATINOAMERICA AL SON DEL COVID-19

LATINOAMERICA AL SON DEL COVID-19

EL FOCO ·

CARLOS MALAMUD

CATEDRÁTICO DE LA UNED E INVESTIGADOR PRINCIPAL DE AMÉRICA LATINA DEL REAL INSTITUTO ELCANO

Domingo, 26 de julio 2020, 09:20

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El pasado 8 de marzo, más de un millón de personas se dieron cita en Santiago de Chile para celebrar el 'Día Internacional de la Mujer'. Después de la tregua estival, parecía ser el pistoletazo de salida para reanudar las manifestaciones masivas convocadas a lo largo y ancho del país en los últimos meses de 2019. Entonces y de un modo bastante repentino, una sociedad aparentemente satisfecha de si misma había decidido tomar el camino de la protesta, en algunas ocasiones de una violencia bastante desconocida en la historia chilena reciente.

Pese a sus especificidades, Chile no fue el único país latinoamericano en protestar en 2019. Otros también se volcaron a las calles por razones muy variadas, como ocurrió en Bolivia, Colombia, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Haití. Algunos protestaban por razones económicas y otros por causas sociales o políticas, o por varias a la vez, pero en todas las ocasiones se veía un fuerte sentimiento antielitista. A esto se sumaba la frustración de todos quienes se habían incorporado a las clases medias y veían en peligro su nuevo estatus.

Sin embargo, la llegada del COVID-19 tuvo un efecto devastador sobre las manifestaciones programadas para la reanudación del curso escolar en liceos y universidades chilenas. La pandemia y las medidas de excepción (confinamientos, estados de alarma, etc.), tomadas no solo en Chile, sino también en el resto de la región para poder controlarla, congelaron las protestas. De forma súbita emergieron otras necesidades básicas, como proteger la salud y garantizar la supervivencia. Para poder cumplir con estas funciones nada mejor que lo público y lo estatal, una melodía que en América Latina suele ser bien escuchada.

Una vez pase la crisis, tiene dos desafíos: la reconstrucción económica y Venezuela

Durante meses, la curva de la ira fue achatada, hasta que súbitamente, y otra vez en Santiago, resurgió con energías renovadas, como han mostrado los sucesos violentos del 14 de julio, saldados con numerosos destrozos y más de 61 detenciones. También en Bolivia, ante el temor de un nuevo aplazamiento de las elecciones presidenciales, los seguidores de Evo Morales se manifestaron airadamente. ¿Volverá América Latina a atravesar una zona de fuertes turbulencias con renovadas manifestaciones? Es posible que se produzcan algunos brotes, aunque los más ansiosos probablemente deberán esperar a que pase la pandemia, con sus efectos devastadores (humanos y materiales) a la vista, para que la desesperanza y la desafección con las instituciones democráticas salgan nuevamente a la luz.

El COVID-19 tendrá consecuencias sociales y económicas dramáticas, de hecho ya lo está teniendo, en toda América Latina, como muestran las predicciones sobre el aumento de la pobreza y de la caída del PIB. Si bien los Gobiernos regionales pudieron aprender de la experiencia asiática y europea y tuvieron más tiempo para imponer medidas que evitaran el colapso de sus sistemas sanitarios, los resultados, salvo en algunos casos notables, no fueron los esperados. El principal responsable fue el trabajo informal y su fuerte implantación. La media latinoamericana ronda el 50%, y en algunos países, como Perú, llega al 70%.

Quienes trabajan en estas duras condiciones no tienen acceso a los fondos públicos de ayuda y, precisamente por ello, deben salir diariamente a ganarse el sustento o procurarse alimentos. También lo deben hacer aquellos que no tienen un frigorífico en sus hogares. Al mismo tiempo, los sectores sociales más desfavorecidos suelen vivir hacinados en viviendas de pequeño tamaño donde conviven personas de dos o tres generaciones, lo que favorece el contagio y dificulta las medidas protectoras.

Las repercusiones de la pandemia no serán solo sociales y económicas. Los procesos electorales también se han visto afectados por el COVID-19. La mayor parte de ellos ha sufrido retrasos, más o menos prolongados según las particularidades nacionales. Se han postergado elecciones municipales en Paraguay y Brasil, presidenciales en Bolivia, parlamentarias en Venezuela y el referéndum para la reforma constitucional en Chile. Por ahora, solo se ha votado en República Dominicana, tanto en comicios locales (15 de marzo) como legislativas y presidenciales (5 de julio), marcando la elección de Luis Abinader, el nuevo presidente electo, todo un cambio de época.

Entre 2021 y 2024 prácticamente todos los países de la región deberán elegir (o reelegir allí donde sea posible) nuevos presidentes. En la mayoría de los casos los Gobiernos y las oposiciones ya están actuando con la mirada puesta en las próximas elecciones en lugar de velar por el interés general y luchar más eficazmente contra el SARS-CoV-2. Aquí, al igual de lo que pueda ocurrir con las protestas, el futuro no está escrito. De momento es prácticamente imposible mostrar cómo el COVID-19 afectará los resultados electorales. Lo más probable es que quienes mejor hayan gestionado la crisis sean los que saldrán mejor parados.

Ahora bien, algunos presidentes se han caracterizado por su rechazo más o menos sistemático a reconocer los efectos de la pandemia. En este selecto grupo negacionista destaca el nicaragüense Daniel Ortega (y su mujer y vicepresidenta Rosario Murillo), seguido, en este orden, por Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador. Todos ellos adscritos al covid-populismo, junto a Nicolás Maduro y al salvadoreño Nayib Bukele. Por el contrario, entre los países más exitosos en el combate contra el virus están Uruguay, Paraguay y Costa Rica.

Una vez pasada esta dura crisis, América Latina tiene por delante dos grandes desafíos. Uno, la reconstrucción económica, que demandará ingentes recursos, tanto internos como internacionales. El otro, Venezuela, ya que a su imposible coyuntura política se suma la catástrofe humanitaria y sus casi cinco millones de emigrantes.

La resolución de las dos crisis estará muy unida. Si no hay avances sustanciales en la segunda la posibilidad de encontrar respuestas coordinadas para la primera se verán sensiblemente reducidas, dadas las fuertes contradicciones entre los distintos Gobiernos regionales. Hasta ahora América Latina es una región fragmentada, heterogénea y marcada por una gran incertidumbre. Una salida exitosa de la catástrofe del COVID-19 sería el mejor modo para que dejara de serlo.

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