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El fútbol tiene algo distinto e indescifrable, una circunstancia o factor oculto que lo hace diferente al resto de los deportes y que tal vez explique el extraordinario interés y la pasión desmedida que despierta entre masas de aficionados de todo el mundo. Futbolistas, entrenadores y a veces hasta periodistas recurren al manido pero invencible «el fútbol es así» como comodín al que agarrarse cuando en el argumentario no encuentran otras razones que den sentido a lo que en apariencia no lo tiene.

Lo del buen juego es uno de esos casos, un auténtico Expediente X. Si lo piensan un momento, el fútbol es el único deporte en el que los resultados pueden no ir asociados al buen juego, o a lo que generalmente se entiende por buen juego. Un equipo puede ganar, con claridad, conseguir sus objetivos, incluso conquistar títulos, pero tener que soportar la terrible mancha de que no juega bien, es aburrido, previsible, es demasiado defensivo, pega muchas patadas, no lo hace bonito, no es agradable de ver...

El Valencia, qué duda cabe, se ha visto sometido en distintas etapas de su reciente historia a esta presión. Con Cúper, cuando el equipo alcanzó dos finales de Champions, con Benítez, a pesar de los trofeos, y en menor medida ahora con Marcelino. Sí, sí, irá cuarto, se meterá en Champions, pero no juega bien, salvo el día del Sevilla y el del Alavés, no juega bien, sentencian los 'entendidos'.

Yo ya no sé qué es eso de jugar bien, pero voy a intentar imaginar una crítica similar en otros deportes. Ejemplo 1: Rafa Nadal se enfrenta a Roger Federer; gana el suizo en cuatro sets, más fácil de lo esperado, por 7-6, 6-4, 3-6 y 6-3, pero la crónica del especialista reza así: «Nadal no mereció perder, jugó mejor que Federer. El único problema es que mandó muchas bolas a la red y que otras muchas se le salieron de la cancha pero por lo demás su juego fue mucho más bonito que el de su contrincante». ¿A que no se imaginan algo así? Ejemplo 2: el Valencia Basket juega contra el Real Madrid en uno de los partidos del playoff por el título de Liga y le gana por 82 a 74, es decir, ocho puntos de diferencia.

Pese a ello, otra imaginaria (e improbable) crónica diría así: «Los ocho puntos no reflejan lo que ocurrió sobre el parqué. El Madrid fue infinitamente superior a los taronja. Ocurrió, sin embargo, que los lanzamientos de triples se estrellaban siempre contra el aro y que en los tiros libres su porcentaje de acierto fue del 20%, pero salvo esos pequeños detalles su juego fue mucho más bonito que el del Valencia». Tampoco, ¿verdad? Aplíquenlo a cualquier especialidad y llegarán a la misma conclusión, el resultado nunca está disociado del juego, excepto en el fútbol. Igual es que va a ser verdad que el fútbol es así. O igual es que a veces se dicen muchas tonterías.

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