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Quiero suponer, aunque tampoco estoy muy seguro de ello, que cuando desde Podemos se arremete contra Amancio Ortega por donar varios cientos de millones de euros a la sanidad pública para la compra de equipos destinados a la lucha contra el cáncer es porque creen que con esa postura se van a ganar el respaldo en forma de voto este próximo domingo de ese sector radical, antisistema, fanatizado y semianarcoide que odia a los ricos porque son ricos, piensa que todos son unos ladrones y unos explotadores y sueña con una revolución que ajuste cuentas con los poderosos, una especie de segunda vuelta -por emplear un término deportivo- de la 'justicia popular' que sus abuelos ya aplicaron con curas, frailes y monjas a partir de 1931 y muy especialmente del 36. Es probable que electoralmente les salga bien la jugada, aunque no se puede evaluar el efecto que sobre las urnas tiene cada una de las decisiones, declaraciones o polémicas en las que se envuelto el líder político y los cargos públicos de una formación. Es incluso posible que desde un punto de vista de la ciencia política más ortodoxa Pablo Iglesias tenga cierta razón cuando afirma que el Estado -un Estado de derecho- no puede depender de las donaciones de un empresario, que su sanidad pública no debe estar condicionada por este tipo de acciones. Aunque una cosa es depender -que no es el caso, porque los Presupuestos Generales no se ajustan a golpe de mecenazgo- y otra muy distinta hacer ascos a un regalo que puede ayudar a salvar la vida de miles de españoles. Pero la cuestión no es esa, no es el aspecto práctico de la donación, ni sus implicaciones sanitarias, que son muchas y todas ellas beneficiosas para el conjunto de la población, sino la miseria y podredumbre moral que asoma en este tipo de discurso del odio hacia el multimillonario que destina parte del dinero que gana con sus empresas a financiar obras o actividades que redundan en favor de los ciudadanos. Iglesias y sus muchachos dan muchas veces la impresión de haberse quedado atrapados en el tiempo, de vivir hace cien o ciento cincuenta años, de soñar con revueltas campesinas y obreras levantando barricadas en mitad de la calle a la espera de una carga de la caballería del Estado opresor que hay que derribar para instaurar la dictadura del proletariado. Pese a la juventud de algunos de sus portavoces y por mucho que quieran envolverse en la bandera del feminismo y el ecologismo, a Podemos -o Unidas Podemos- se le ven con frecuencia las costuras ideológicas viejunas, gastadas, ajadas, superadas, el comunismo del que proceden casi todos sus líderes, la revolución largo tiempo esperada y ensayada en Venezuela, su modelo, donde ya no queda ni un Amancio Ortega que done nada.

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