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Italia en el retrovisor

JOSÉ M. DE AREILZA

Domingo, 21 de enero 2018, 09:35

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El año 2018 debería ser propicio para avanzar en la integración europea. En Alemania y Francia gobiernan fuerzas suficientemente europeístas y la amenaza del 'Brexit' ha quedado reducida a una negociación en la que los británicos tienen que decidir cuánto poder e influencia pierden con su salida. Pero las elecciones italianas del 4 de marzo vuelven a ser un test sobre el ascenso del populismo anti Bruselas, en este caso en un país grande con una inestabilidad política crónica.

El Movimiento Cinco Estrellas aparece segundo en las encuestas, detrás de un centro-derecha muy fragmentado, y propone nada menos que un referéndum para salir del euro. Es cierto que no tiene un conjunto coherente de propuestas -también ha hecho una extensa campaña contra las vacunas- y que sus líderes cambian de opinión a diario. Pero los Cinco Estrellas saben atraer el voto de los más afectados por la gran crisis, en una economía que no se ha recuperado bien, y canalizan esta insatisfacción ciudadana contra el proyecto europeo. Cuando llegan a las instituciones, como sucede en el caso de Virginia Raggi, alcaldesa de Roma, no tienen capacidad de gestión ni un verdadero modelo de cambio. Solo hay que seguir la polémica sobre la recogida de basura en la capital italiana. La aportación verdadera de este movimiento es servir de catalizador del descontento sin protagonizar ninguna ruptura, si bien sus candidatos banalizan y erosionan las costumbres democráticas, por su infantilismo e improvisación constante.

La clave de los comicios del 4 de marzo estará por lo tanto en lo que puedan pactar el centro derecha y el centro izquierda. En el primer bloque la renovación se llama Silvio Berlusconi, quien, a sus 81 años y con un pasado judicial exuberante, juega a ser el urdidor en la sombra del próximo Ejecutivo. El líder socialdemócrata, después del hundimiento de Matteo Renzi, es Paolo Gentilone, quien ha ejercido hasta la convocatoria de elecciones el puesto de primer ministro con moderación y serenidad. El papel de su Gobierno en la crisis provocada por la avalancha de emigrantes y refugiados ha sido muy constructivo en comparación con la reacción de los países del Este.

Los odios africanos entre los miembros de los partidos tradicionales en la derecha e izquierda no hacen imposible el pacto para formar un gobierno en Roma. La cultura política italiana desde la segunda guerra mundial es un canto al pragmatismo sin ambición, el hábito de sortear la parálisis a cambio de que cambien poco las cosas. No hay un proyecto para pesar en el conjunto de la Unión Europea, sino una clase dirigente que negocia su supervivencia. A pesar de la debilidad política del país, hoy tres italianos ocupan los puestos de presidente del Banco Central Europeo, presidente del Parlamento Europeo y Alta Representante para la Política Exterior de la UE, una triada que ya le gustaría tener a España.

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