«Vería este país arder si con ello pudiera ser el Rey de las cenizas», advierte el astuto y sabio eunuco Varys a una compañera de intrigas. Sin embargo, no se refiere a sus propias intenciones, sino a las de otro de los personajes que pululan en la saga de Juego de Tronos, que este año enfrenta su última temporada. Desde que el boca a boca hiciera correr la recomendación de las primeras novelas entre los aficionados al género fantástico hasta que la historia de los reinos de Poniente se ha convertido en un producto de masas hemos pasado por dos crisis económicas y todo apunta que culminará con una tercera.
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El primer tomo salió de imprenta a mediados de los 90 con el ahora fallecido George Bush padre saliendo de la Casa Blanca, mientras retumbaba en sus oídos el demoledor epitafio a sus problemas como gestor que le lanzó Bill Clinton: «Es la economía, estúpido».
EE UU acababa de ganar la Guerra Fría, pero la Historia no termina nunca y en un lugar entre las montañas de Pakistán se empezaba a rumiar el atentado más espectacular que nadie hasta ese momento se podía haber planteado: Hacer cenizas las Torres Gemelas en el corazón de Nueva York.
«El caos no es un pozo, es una escalera», aseguraba el tortuoso Meñique en la serie y no le falta razón. El mundo redefinía sus fronteras y el desorden mundial surgido por el desmoronamiento de la Unión Soviética comenzaba a tomar nuevos equilibrios, con una China triunfante que demostraba a lomos de sus dragones cómo había llegado para pedir su parte de igual a igual con el más fuerte.
Los caballos de ajedrez de la geopolítica parecían invencibles en una nueva economía que no tendría límites... sino fuera porque la repentina carencia de pienso que provocó la quiebra de Lehman Brothers (y la super liada posterior) impuso su dieta.
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En esas estaba la cosa cuando la serie pasó a la pantalla en 2011, anunciando que el invierno y los caminantes blancos iban llegar, mientras en nuestras economías confiábamos ciegamente en una nueva primavera, una salida de la crisis en la que creíamos, pero que no parece haber terminado de llegar realmente después del tiempo transcurrido desde que se tocó fondo y se empezaron a atisbarse unos brotes verdes que no parecen tener prisa en crecer.
El presidente chino ha pasado estos días por España con elegante discreción, mientras que al otro lado del Atlántico sigue vociferando con su flequillo imposible quien debía defender nuestros intereses occidentales. Casi resulta difícil no verse en la piel del enano Tyrion Lannister al sentenciar, mirando al Trono de Hierro, que «hemos tenido reyes malvados y hemos tenido reyes idiotas, pero nunca habíamos sido maldecidos con un malvado idiota por rey».
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