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Urgente Cuatro muertos, dos en Tarragona y dos en Asturias, por el temporal

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Unos tres centímetros. Es lo que mide el primer prototipo mundial de un corazón vivo realizado con una impresora en 3D. Un grupo de científicos de la Universidad de Tel Aviv ha creado artificialmente el órgano con tejido graso de un paciente y biomateriales que transformaron en bio-tinta. El conjunto de células que componen la muestra es capaz de contraerse y palpitar pero aún no bombea porque necesita desarrollarse y madurar antes de poder implantarla en ensayos con ratas o conejos. Casi al mismo tiempo que se divulgaba este avance, la revista Nature publicaba los resultados de una reciente investigación desarrollada en el estado norteamericano de Connecticut en la que el equipo del neurólogo Nenand Sestand ha conseguido algo hasta ahora inconcebible: revivir células cerebrales, incluido el funcionamiento de conexiones neuronales, de 32 cerdos que llevaban cuatro horas muertos. Para el experimento, conectaron la cabeza de los porcinos a un sistema que, durante seis horas, irrigaba una especie de sangre sintética con oxígeno y un combinado de medicinas. Resucitar órganos o imprimirlos en 3D en hospitales ya no es una utopía reservada a la ciencia ficción sino un objetivo real para buena parte de la medicina del futuro. Estos descubrimientos podrían revolucionar en positivo el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas, cardiopatías congénitas, acelerar trasplantes o evitar su rechazo... Son pasos que tratan de mejorar patologías y alargar la calidad de la vejez. Aunque no están exentos de un lado oculto encarado a indagar en el objetivo último de revertir lo único irreversible. Pese a que tal circunstancia es, hoy por hoy, una utopía en los últimos años ha emergido una corriente cultural internacional, el transhumanismo, que asegura que los individuos alcanzarán una suerte de fusión con la tecnología que les permitirá evitar la expiración. Un paso más allá de aquella doctrina del 'metempsicosis' por la que Pitágoras creía que el alma era inmortal y se reencarnaba en otros cuerpos. No sé si se han planteado alguna vez qué ocurriría si, de repente, no falleciera nadie. O si, ¿a los más de 7.300 millones de personas que habitan el planeta, según datos de la ONU, se fueran sumando miles de nacimientos? Como mínimo se rompería el flujo demográfico, se tambalearían las desiguales estructuras económicas y sociosanitarias de los continentes... ¿El planeta soportaría esa superpoblación sin caer en el caos?

La finitud de la vida ha ocupado y preocupado a filósofos, pensadores y escritores desde la civilización mesopotámica. José Saramago en 'Las intermitencias de la muerte' se anticipó a fantasear sobre semejante reto en una novela en la que de la noche a la mañana de un 1 de enero nadie se muere. Borges no lo pintó bien en uno de sus cuentos cuyo protagonista quiere volver atrás al conocer que existirá para siempre: «Lo divino, lo terrible, lo incomprensible es saberse inmortal». No parecemos estar preparados para un escenario así en el presente pero, ¿será tan imaginario en un futuro no tan lejano?

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