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A todo buen español (con perdón por no decir a todo buen ciudadano y ciudadana del Estado) le cae mal Inglaterra, que para eso tenemos deudas históricas pendientes simbolizadas en Gibraltar, territorio patrio en manos del Reino Unido. Son soberbios, vanidosos, se creen que el mundo sigue girando a su alrededor, piensan que todavía son una gran potencia, no hablan otra lengua que no sea la suya, el inglés, no sólo cuando están allí, en su país, sino también cuando están aquí, en el nuestro. Y por si todo eso fuera poco, en las islas hace muy mal tiempo, llueve a menudo, lo cual para un mediterráneo es insoportable, hace frío y se come mal, rematadamente mal, no tienen el mínimo gusto por la comida y por no saber no saben ni lo que es un buen café. Su prepotencia y su chulería les lleva a contar la historia a su manera, siempre a su favor, claro está, no como aquí, que lo políticamente correcto es contar que España fue un imperio explotador y cruel. Los ingleses no, los ingleses eran hermanitas de la caridad que iban por todo el mundo haciendo el bien a los demás, trataban fenomenal a los lugareños y no se llevaban sus riquezas ni su patrimonio, qué va, eran ellos los que voluntariamente se lo entregaban. Y por si todo ello no fuera suficiente, conducen al revés y siguen teniendo una moneda propia aunque a día de hoy se mantienen dentro de una Unión Europea en la que nunca deberían haber entrado (De Gaulle tenía razón, al igual que hay que reconocer que Churchill estuvo mucho más acertado que Roosevelt al ver que tras el peligro nazi venía el del comunismo y que no se podía salir de una pesadilla para caer en otra, como así fue). Todo esto es así, poco hay que añadir y, en general, una mayoría de españoles coincidirán en este análisis. Dicho lo cual hay que apuntar que con eso y con todo, a pesar de los pesares, Inglaterra ejerce sobre nosotros una fascinación invencible, empezando por su fútbol, por la Premier, aunque también podríamos citar otros acontecimientos deportivos que allí adquieren un ambiente especial (Winbledon sin ir más lejos, o la carrera de caballos de Ascot), las ceremonias reales, sus universidades, su cultura, el paisaje rural, el MI6 o los autobuses de dos pisos, por citar lo primero que me viene a la cabeza. El fútbol es distinto en Inglaterra, y lo es porque sus estadios son algo especial, porque el público se comporta de manera diferente y convierte cada partido en un espectáculo en las gradas. Es imposible no sentir una envidia -insana, por supuesto- de aquel fútbol, de una competición única. Cuatro equipos ingleses -Liverpool, Tottenham, Arsenal y Chelsea- en las dos finales continentales, y justo cuando su país está en pleno proceso de 'Brexit', de adiós a la Unión Europea. Hasta en eso son diferentes. Ingleses.

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