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'Inglaterra me  ha hecho así'

'Inglaterra me ha hecho así'

En términos políticos y comerciales tal vez no habrá choque de trenes entre el Reino Unido y la UE por la buena razón de que las dos partes tienen todo el interés del mundo en evitarlo

ENRIQUE VÁZQUEZ

Miércoles, 19 de junio 2019, 08:12

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El título, como saben los ilustrados lectores de este artículo, es el de una celebrada novela de Graham Greene y, aunque su argumento en nada recuerda al proceso político-social tan fascinante e inesperado como el que registra ahora Gran Bretaña, aún sirve como herramienta para reflexionar sobre el estado de ánimo y la notable evolución de la sociedad británica. Una reflexión relativizada en parte por un hecho central del proceso en curso: el partido conservador, en el gobierno desde hace ya nueve años (con David Cameron y Theresa May al frente), entiende mantenerlo y confía en su estrella ascendente, Boris Johnson, a quien se da por seguro ganador en la carrera interna organizada al respecto por los tories. Él será un primer ministro legalmente designado, aunque no como resultado de una elección legislativa, y nos promete estar muy entretenidos cuando negocie la factura de la salida. Hasta hoy, y siempre fiel a su temperamento, sólo ha prometido que su país estará fuera de la UE el 31 de octubre haya o no un acuerdo negociado.

En Bruselas, sin embargo, no parece reinar hoy por hoy una gran inquietud al respecto y se da por seguro que Londres, en su mejor tradición, responderá de sus compromisos pecuniarios, de modo que la preocupación genuina radica en el grado de contagio eventualmente extendido desde la decisión británica que, por lo demás, podría tener fuertes repercusiones electorales si, como debería suceder, el ruedo político-social vuelve poco a poco a su tono estándar previo a la agitación creada por el dichoso 'brexit'.

Evidentemente, el premier de entonces, David Cameron, estaba persuadido de que su decisión de confirmar con un referéndum el estatus definitivo del Reino Unido en la Unión Europeo era la correcta y de que lo ganaría. De hecho, y esto es útil recordarlo a menudo, el 'no' que ganó hace ahora exactamente tres años, fue una sorpresa mayúscula, aunque en el Reino Unido no faltó quien dijo, sin ser creído, haber intuido que el público votaría como lo hizo en vez de mostrar con naturalidad su estupor por lo sucedido. El caso más relevante es el de Nigel Farage, uno de los fundadores del 'Partido de la Independencia del Reino Unido', tenido justificadamente por una suerte de charlatán populista de la vieja escuela antieuropea y crítico mordaz de los hábitos de la clase política instalada. Hoy sigue siendo europarlamentario y es líder desde enero de su propio chringuito, el llamado 'Partido del Brexit'. Su conducta le había parecido en su día a la clase política instalada y al público en general una ocurrencia sin fundamento propia de un tipo excéntrico y en permanente búsqueda de audiencia y se tomó al ciudadano de las ciudades populosas como el votante medio mientras no faltaron algunas ironías coloristas sobre el trance que el nuevo escenario, impreciso en términos de vida cotidiana, suponía para millones de votantes poco menos que tenidos por provincianos de extracción rural. El resultado fue una sorpresa con un punto de venganza...

Esta evaluación fue, en todo caso, un ejercicio inútil en términos prácticos: el mal estaba hecho y la fuerte conmoción por el resultado impidió, lógicamente, que se reconsiderara el conjunto del dossier con vistas a una eventual nueva votación dentro de algún tiempo. Juiciosamente, y eso acredita a una clase política que representa al público de todas clases y hace del parlamento de Westminster una joya de diversidad liberal, a nadie se le ocurrió proponer tal cosa, el 'no' había ganado y el veredicto del público era inapelable.

En términos políticos y comerciales tal vez no habrá choque de trenes entre el Reino Unido y la UE por la buena razón de que las dos partes tienen todo el interés del mundo en evitarlo. Aunque las cifras previstas para indemnizaciones, reparaciones y un «varios» aún por precisar del todo, serán mareantes, se asume sin reticencia alguna que Londres honrará sus compromisos.

Otra cosa es en qué medida esta historia será perjudicial para la Unión Europea en términos políticos, sobre todo si provoca un efecto contagioso en áreas movedizas, empezando por Italia o Hungría, algo que no preocupa nada en Londres, donde un Boris Johnson que se ve ya como el tópico inspirado líder conservador hará el milagro de salir de la Unión, relativamente fácil y factible si se cumplen las normas del club, pero técnicamente imposible si se ignoran.

Con su segura elección como líder tory, Johnson asume una tarea histórica que va bien con su carácter y muy mal con su desdén por los procedimientos y los papeles. Antiguo -y buen- periodista, él podría ser un ejemplar de esa inteligente extravagancia que gusta tanto a los británicos y que tal vez no es la más adecuada para abordar una salida negociada frente a los clásicos burócratas que en Bruselas administran el vigente y deseable escenario de una Europa occidental unida y en paz tras un largo proceso en el que Gran Bretaña no tuvo arte ni parte. Y se nota. En realidad, y si cumplen sus compromisos en el proceso de retirada, es mejor que los británicos se vayan...

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