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Ilegal

Arsénico por diversión ·

La mayoría de los clientes se quejaban de que el baño estaba fuera de la estancia. Son las molestias de un piso particular disfrazado de hostal

María José Pou

Valencia

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Jueves, 1 de enero 1970

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Cada cierto tiempo, al salir de casa, me encuentro la misma escena: unos turistas desesperados que intentan contactar con el dueño de un piso turístico ilegal de mi calle. Ayer volvió a pasar. Un vecino, un santo varón, explicaba la situación al padre de familia que acababa de llegar a Valencia. A voz en grito desde el balcón le decía «¡no es un hostel; es un piso ilegal!», y lo hacía harto de pedir que no llamaran a todos los timbres como si fuera un establecimiento hotelero. «No es un hotel, son casas familiares», le decía para que el «guiri» entendiera lo que significaba molestar a todas las familias un domingo a las nueve de la mañana. Se lo decía en español y en un inglés en el que se entendía perfectamente la palabra «ilegal». Aun con todo, el turista obviaba el dato y solo preguntaba qué puerta era. Todo lo demás le importaba poco; seguramente lo hará cuando descubra el timo que otros incautos antes que él revelan en los comentarios de las webs de reserva. Leyéndolos se ve la dimensión de la tomadura de pelo: suciedad, desatención, piso compartido a 50 euros mínimo por noche y habitación, ausencia del dueño. En una palabra, cutrez. La mayoría de los clientes se quejaban de que el baño estaba fuera de la estancia. Son las molestias de un piso particular disfrazado de hostal. En una casa, el baño suele estar fuera porque es compartido. Sobre todo, en pisos antiguos. Otra queja habitual es la falta de indicaciones sobre la localización. La dirección exacta no aparece en ninguna web de «alojamiento cooperativo» para no revelar el negocio ilegal. Lástima que los vecinos reconozcan la casa por las fotos y puedan denunciarlo y dar fe de que no tiene nada de iniciativa altruista y cooperativa.

Cada vez que veo la misma escena, doy gracias por no tener que compartir escalera con algo así y me pongo en la piel de esos vecinos, atrincherados en su propia casa, conviviendo con cientos de extraños que les llaman un domingo a las nueve de la mañana o un martes a las once de la noche para que un señor se haga rico en negro. Es una realidad a la que el Ayuntamiento de Valencia sigue sin dar solución, obsesionado con perseguir a los terratenientes ricos en lugar de acabar con las injusticias de cualquier índole. Esta realidad es injusta en todos sus términos: por la economía sumergida, por el daño a los vecinos, por la estafa a los usuarios y por lograr, con ello, la huida de quienes pueden cambiar de zona sin grandes perjuicios. Al Ayuntamiento le preocupan los altos precios del alquiler y solo propone penalizarlos, dando por hecho la maldad intrínseca de su existencia, en lugar de incentivar con rebajas del IBI los alquileres sociales que algunos propietarios ofrecen sabiendo cómo está la vida. Hacer aflorar el dinero negro de estos pisos ilegales, como está haciendo Barcelona, debería ser más urgente que castigar a los dueños de un piso en alquiler legal.

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