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Emisoras y periódicos lo dicen a todas horas y de mil maneras diferentes: hemos de reinventarnos, tenemos que cambiar, estamos obligados a dar a la humanidad ideas innovadoras y creativas, capaces de transformar el mundo de un modo revolucionario. Nunca como hasta ahora habían tenido tanto éxito sociólogos y psiquiatras: la buena gente de la radio, obligada a llenar seis horas durante el fin de semana, echa mano de los expertos en decir lo que los demás deberían hacer, que son legión. Y siempre encuentran investigadores dispuestos a decir que el reto presente nos obliga a planteamientos insólitos que transformen el mundo de un modo total.

Aburrido a más no poder, me rindo ante la avalancha de predicadores del cambio. Pero tomo nota de que, por regla general, esos sabios exponen la teórica pero no son capaces de proponer ningún ejemplo práctico de cambio, ni siquiera cuando se da el caso raro de un periodista atrevido que les hace una pregunta. Es ahí cuando me decidido y formulo tres o cuatro ideas revolucionarias -tampoco hacen falta muchas más- para afrontar el mundo del futuro desde la transformación.

La primera consiste en que, sin caer en la autarquía, el consumo, la industria y la economía españolas dejen de depender tan bobaliconamente del exterior como ha quedado demostrado en la pandemia. Apena ver una Europa que, incapaz de fabricar mascarillas, las sigue comprando desesperadamente al país de donde procede el virus. La primera idea de cambio que propongo, pues, es ser autosuficientes en materiales básicos: potenciar la industria nacional para que las mascarillas -pero también las grapadoras, los ventiladores o los espárragos en lata- no haya que comprarlos fuera.

Otra idea que se me ha ocurrido, y que generaría mucho empleo, es la de reimplantar las relaciones personales en todos los servicios privados y públicos. Atender al cliente de manera directa, con amabilidad, eliminar las barreras informáticas, los cajeros automáticos y las teleconsultas mejoraría las relaciones sociales, tan deterioradas.

Una tercera transformación reservo para mi ciudad. Consistiría en que sus equipos de fútbol renunciaran a la loca idea de renovar y refundar sus estadios y se decidieran de una vez a usar uno solo. No sé cual, pero uno de los cuatro que tienen en uso, transformación, obra parada o proyecto. La imagen del Levante yéndose a jugar a La Nucia me parece un despilfarro sideral estando Mestalla disponible.

Finalmente, puesto a ofrecer ideas-fuerza que sean capaces de alumbrar un mundo nuevo, ahí va eso: ¿Qué tal si hacemos de una puñetera vez el Museo Marítimo?

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