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UNA HISTORIA DEL VALENCIA (XL)

Silla de enea ·

Faas Wilkes fue el primer gran jugador extranjero en la historia del Valencia

josé ricardo march

Lunes, 25 de marzo 2019, 10:09

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El 20 de junio de 1953 el Valencia rindió homenaje a su jugador más destacado, Tonico Puchades, con un gran partido ante el Torino. El equipo italiano, que aún sufría las secuelas de la tragedia de Superga, un pavoroso accidente de aviación que había aniquilado apenas cuatro años atrás a la mejor generación de su historia, fue derrotado ampliamente (4-1) por un motivadísimo Valencia. En las filas italianas llamó la atención un futbolista de extraordinaria planta, magnífico driblaje y plástico remate que, sin embargo, no tuvo suerte de cara a la portería aquella tarde. Eso no fue óbice para que, dice la leyenda, el presidente de la Federación Valenciana de Fútbol, Guzmán Zamorano, se dirigiera a los directivos italianos solicitando precio para ficharlo para el Valencia, convencido de que su contratación supondría un enorme éxito. La llamativa petición, formulada de manera tan gráfica como cómica («¿Cuántos camiones de naranjas querrían ustedes por ese tal Wilkes?», cuentan que dijo Zamorano en el banquete posterior al partido), surtió efecto y el club de Mestalla acabó incorporando al delantero holandés.

Aunque con frecuencia se suele afirmar lo contrario, Servaas 'Faas' Wilkes no fue el primer jugador extranjero en la historia del Valencia. Los dos precedentes no convidaban al optimismo: uno, János Achts, un oscuro portero húngaro, había sido visto y no visto en Mestalla casi veinte años atrás. El otro, Horacio Herrero, un fino centrocampista argentino, apenas disputó una veintena de partidos con el equipo en los cuarenta antes de ser expedido al Racing de Santander. Con Wilkes, sin embargo, todo fue diferente.

Llegó a Valencia frisando los treinta años con la vitola de ser una de las grandes estrellas del fútbol europeo tras haber jugado, entre otros, en el Torino y el Inter de Milán. A la sazón era, además, el máximo goleador de su selección (un puesto de honor del que no sería descabalgado hasta fechas relativamente recientes por Dennis Bergkamp). Su magnífica carta de presentación parecía augurarle un éxito instantáneo en Mestalla, tal y como había ocurrido en el pasado con otros fichajes de corte similar como Gorostiza o Eizaguirre.

La incorporación de Wilkes despertó una enorme expectación en la España futbolística del momento. Aficionados y periodistas consideraron el fichaje como la contundente respuesta del Valencia a la presencia de Kubala en el Barcelona, que había revolucionado el fútbol español y conducido al equipo culé a una etapa gloriosa. De características complementarias a las del astro húngaro, Wilkes destacaba por un regate que, a decir de sus numerosos admiradores (entre los que se hallaba el mismísimo Johan Cruyff), pocos jugadores han sido capaces de igualar. La coincidencia temporal de ambos con Di Stéfano, cuyo tormentoso fichaje por el Madrid se cerró ese mismo año 1953, desató las comparaciones entre el trío de ídolos. En ellas Wilkes, quizá el de mayor calidad de los tres, quedó relegado al bronce, seguramente debido a su acusada tendencia a la irregularidad, que le llevó a alternar partidos espléndidos, que llenaban de pañuelos la grada de Mestalla, con apariciones más bien discretas.

Aun así, el fichaje del talludo Wilkes supuso una operación más que ventajosa para el Valencia. Como Montes en su momento, actuó como el mejor reclamo para acudir a Mestalla. Se dice, no sin razón, que su sola presencia ayudó a pagar la costosa obra de reforma de la tribuna del estadio: tal era la expectación que despertaban sus electrizantes jugadas. Deportivamente, integrado en un delantera de altura formada por Tonín Fuertes, Daniel Mañó, Enrique Buqué y Vicente Seguí, rindió a un nivel más que aceptable: a pesar de sus recurrentes molestias físicas, que le llevaron a perderse infinidad de encuentros, ofreció tres buenos años de servicios al Valencia en una etapa difícil en la que el equipo se resistía a perder comba con el Madrid y el Barcelona. Marcó 38 goles en 62 partidos en la Liga, la única competición que pudo disputar (en la Copa se había prohibido la alineación de futbolistas extranjeros) y, aunque no pudo dar ningún título al club, se ganó el respeto y la admiración de la hinchada valencianista. A ello contribuyeron su excelente humor, su sencillez y sus continuas muestras de afecto hacia el Valencia, que se extendieron más allá de su marcha del club en el verano de 1956.

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