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El hijo 'in vitro'

El hijo 'in vitro'

EMILIO GARCÍA-SÁNCHEZ PROFESOR DE BIOÉTICA. UNIVERSIDAD CEU CARDENAL HERRERA

Domingo, 20 de octubre 2019, 09:38

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La fecundación 'in vitro' está cambiando el modo de entender al ser humano y el significado de lo que es un hijo. La transformación se localiza en la alteración en la dignidad del origen de esas nuevas vidas humanas.

Resulta indiscutible el sufrimiento que causa la infertilidad en los que quieren ser padres, y comprensible la alegría de los que consiguen un hijo por esta vía artificial. No está el problema en que finalmente lo que venga a la existencia sea un hijo digno. La controversia estriba en cómo se ha satisfecho el deseo de tenerlo y en cómo el hijo queda finalmente considerado. Esta novedad reproductiva requiere no pasar de puntillas sobre el macking off del proceso. No debería resultar éticamente indiferente preguntarse por la grandiosa acción causante de vida humana.

Desear hijos y tenerlos no es suficiente por sí mismo para convertirse en padres. A los animales sí que les basta reproducirse para convertirse en progenitores de sus crías. Los hijos de los hombres siempre se han engendrado dentro de una relación generativa atravesada por el amor donde hay unos padres que se aman y un hijo que es fruto de esa donación.

En cambio, la reproducción 'in vitro' de humanos se diferencia de la generación porque se trata de una acción racional orientada hacia un fin, y no la posible consecuencia natural de una relación humana. El hijo 'in vitro', aunque digno como los demás, no hay más remedio que obligarlo a existir, acontecimiento insólito porque nunca se había obligado a nadie a venir al mundo. El 'in vitro' es manufacturado en un laboratorio; una criatura directa de sus padres o de alguien soltero, del médico..., alguien cualitativamente diferente de un hijo que debe su propia existencia al destino de la naturaleza, la novedad más original de la vida universal misma. El más íntimo de los actos humanos, el acto procreador, se banaliza al reducirlo a rango de experimento y proceso programado y manipulador.

Desear con ansia un hijo y conseguirlo a toda costa para satisfacer el deseo de tenerlo genera una relación paterno/filial problemática. El hijo podría convertirse en una expresión egocéntrica de uno mismo, una manifestación del poder de conseguir como sea lo que quiero. Al necesitarlo como medio para mi realización y autoestima personal, el hijo podría equipararse a una suerte de embellecimiento estético necesario para mi bienestar, o a la compra de un bien de consumo en el que me gozo. Pero un hijo no se merece ser el puro efecto de un deseo. El hijo es siempre alguien que no se puede producir para satisfacer necesidades de los demás, porque entonces lo uso como medio y lo degrado en su origen. Hemos de querer el hijo por sí mismo. Uno hijo es un don gratuito y no un trofeo comprado, exhibido por la calle para que los demás vean que ya tienes lo que querías, que ya eres padre o madre. Lo que convierte a los hombres en padres es la generosidad y la apertura a los demás, y no su capacidad biológica de engendrar. Un hijo no puede ser solo el resultado mecánico de juntar gametos. Si solo fuera eso entonces sí que daría igual su causa, el modo de originarlo. Tampoco un hijo puede ser la respuesta a la coacción social a ser padres. «Lo hemos tenido para que luego no nos digan». Por otra parte, resultaría intolerante asociar la infertilidad a un fracaso existencial motivo de estigmatización. En ocasiones, existe el riesgo de considerar al hijo in vitro como un medicamento contra mi infertilidad, buscándolo para que la cure.

El legítimo deseo de querer un hijo no justifica automáticamente cualquier modo de satisfacerlo. Un hijo no debería verse como una compensación a mis años de sacrificios, algo que por fin me merezco por mis esfuerzos. En justicia, uno puede merecer unas vacaciones, pero exigir un hijo a la sociedad, a la naturaleza, más aún, convertirlo en un derecho, pervierte el deseo y cosifica al hijo. Te tuvimos porque te merecíamos, porque te deseábamos ahora en este preciso momento, podría pensarse. Pero la pregunta ineludible que surge entonces es ¿y hubiera sido buena tu existencia, tu ser hijo, de no haberte deseado o merecido?

El hijo es un bien en sí, no un bien de consumo; constituye un sujeto con una entidad propia y un valor ontológico incondicionado. Y cada vida vale por sí misma y no por su ser deseada, porque si no lo fuera -deseada- dejaría de valer. Es la lógica pragmática del deseo que acaba anulando la dignidad del origen humano. Además, la fecundación in vitro añade una discriminación filial y genética, ya que, en un buen número de casos, se acude a ella en busca de un solo hijo y de uno sano. Los embriones sobrantes (implantados o no implantados) y aquellos anómalos, no son igualmente hijos, no son vidas, porque no son deseados. Solo quiero 'el hijo' y deseo que exista, si la técnica me garantiza que será uno solo y sin defectos. Por eso acudo intencionadamente a la clínica, porque cumple mi sueño de satisfacer el deseo del hijo, sino no lo desearía y no iría. En muchos padres, el bondadoso deseo de partida de querer un hijo in vitro se pervierte ante la oferta de un solo hijo, sano y ahora. Este hijo tiene derecho al amor que recibirá de sus padres, pero también lo tienen sus hermanos in vitro sobrantes y enfermos, igualmente hijos. El inexigible derecho reproductivo de querer un hijo anula el exigible derecho fundamental a la vida de todos los demás hijos, ya que se justifica su rechazo.

En la fecundación 'in vitro' pasan cosas anómalas. No se debería olvidar que el respeto de la dignidad de la vida humana o empieza por el respeto de su propio origen o acaba pronto en su devaluación y en el menosprecio de otras vidas también dignas.

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