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Me encantó. Sí. Mi pecadora alma sufrió relámpagos de pura luz cuando le escuché a la todavía ministra Montón, ¿se acuerdan de ella?, aquella sentencia de «¡no todos somos iguales!» mientras achinaba los ojos de la rabia que la embargaba. Ah, no todos somos iguales... Algunas veces creo que es cierto, pero en otras ocasiones las evidencias indican que sí, que en cuanto a pequeñas mezquindades, la condición humana en ciertas profesiones les arrastra hacia el lado de las miserias domésticas. Con el caso de la cafetera que un diputado de Ciudadanos se agenció con el dinero de todos se observa que, en efecto, buena parte de los políticos responde al patrón gurrumino. Entre la elegancia y la chapuza que supone escamotear unos euros que no son sino la sucia bagatela de nuestros días, suelen elegir lo segundo porque lo de aprovecharse así en plan casposo se diría que va en su ávida naturaleza, siempre atenta a la caza del chollazo, el chollo o el chollito. Se sienten elegidos para la gloria y no lo pueden evitar. ¿Total, quién se va a enterar? Pero luego irrumpe un Héctor Esteban y nos enteramos y nos tronchamos. Pillado por las curvas de una cafetera, o por una tesis fraudulenta, o por un trabajo de fin de máster plagiado, o por unos viajes haciendo de animador de nuestros bomberos allá en tierras lejanas, o por un coche que reparan en el taller del parque móvil del chiringuito público, o por unas copas tras la comilona, o por... Ni siquiera se trata del importe, aunque también. Esas patinadas obedecen al gustirrinín que manifiestan hacia la bicoca, grande, mediana o enana. Les chifla porque esta clase de chanchullos les otorga halo de poder. Ellos pueden hacerlo, nosotros no. Ellos son la raza triunfadora, nosotros los infraseres paganinis que chupan cola en el supermercado, por así decirlo.

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