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La guagua napolitana

BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA

Lunes, 7 de octubre 2019, 08:51

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Guagua es un gracioso modismo canario usado para nombrar a los vehículos de transporte colectivo terrestre; lo que para los peninsulares son los autobuses. Es un término que nos es ajeno a los valencianos, pero como español, patrimonio del guirigay idiomático nacional. De Nápoles vino Carlos de Borbón y Farnesio para ser Rey de España ya enseñado de las destrezas del gobierno. Cuenta la Historia que sus jornadas transcurrían entre los desayunos con chocolate espeso y humeante, las maratonianas jornadas de caza -tricornio calado y redingote de paño sobre los hombros- desarrolladas en la Casa de Campo y los decretos reales redactados junto a sus validos. De efigie poco agraciada y aspecto bonachón quedó para la posteridad su carácter austero, su decreto de expulsión de los jesuitas, la modernización de la villa de Madrid -«el mejor alcalde, el Rey»- y un reinado reformista fraguado por el despotismo ilustrado del XVIII. De Nápoles también vino Giuseppe, que huérfano de la realeza del anterior personaje, posee algunas coincidencias con éste. Provisto de un despotismo proverbial y una sobriedad de bicicleta plegada en el maletero de un taxi, dedica su tiempo al municipalismo y a la transformación de una ciudad. Pero Giuseppe, que ya no es un déspota ilustrado sino uno antirrealista, proyecta la expulsión decretada de los vehículos contaminantes y la estrangulación de las principales vías por el bien del pueblo, sin que la opinión del pueblo y sus intereses cuenten demasiado. Muy dado a la riña ventajista con los uniformados, al escrache de los vivos y al indecoroso escarnio de los muertos, no detenta el semblante amable de Carolo; una sonrisilla burlona matizada por el pelo facial y unos anteojos de pasta ocultan un rostro sombrío que es consecuencia gestual del resentimiento.

Ahora, Giuseppe quiere colgar el mochuelo de un agujero cuatro veces millonario en la EMT, de la que él es máximo responsable, a una única y «desleal» empleada. Sí, la majestuosidad napolitana murió con Carlos III.

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