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El gran milagro

Tienda de campaña ·

Los veteranos lo sobrellevan y los novatos lo ignoran: la burocracia está allí, esperándoles desde la época del marqués de Campo

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Martes, 21 de mayo 2019, 08:15

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Qué gracioso ¿verdad? Rociar con lejía desinfectante la acera por donde acaba de pasar Albert Rivera tiene su punto... vomitivo. Pero lo hicieron el sábado pasado, en Estella de Navarra, unos 'demócratas' de última generación, quizá biznietos de algún carlista viejo, vete tú a saber.

La verdad es que no agradecemos bastante la paz conformista, la serenidad asumida de estas elecciones. Deberían repartir medallas entre los partidos valencianos, escasos en insultos, parcos en mítines, acomodaticios, pienso yo, a las encuestas. Qué diferencia con las elecciones de 2015, llenas de insultos y agresividad, de acusaciones nunca probadas, contra los que estaban en el poder. ¿Se han regenerado los unos o será que los otros son de pasta flora y no han conocido nunca la malicia política?

Bueno, pues que siga así... Porque esto ya se está terminando, el pescado está vendido y las emociones restantes son ya pocas: si acaso ver cómo quedan entre Sandra y Ribó; ver si Catalá hunde a Giner o es al revés... Los candidatos se reconocen cansados porque empezaron el baile a primeros de año y ponen cara de estupor, o de sorpresa, cuando les dices que las elecciones no son el final, sino el principio de la realidad. Hablo del otoño, cuando todas sus ilusiones, sus emociones, queden supeditadas a cuestiones prácticas en las que ni siquiera se les había ocurrido pensar. Por ejemplo: ¿limpiamos de broza ocho o diez mil alcorques que parecen una selva guarra o los dejamos como están, dando a la ciudad ese aspecto de metrópoli abandonada tras un bombardeo nuclear?

He tenido la suerte de conocer y entrevistar a muchos concejales, antes y después de recibir el escapulario. Todos han aceptado que la realidad de la vida municipal es muy distinta a lo que imaginamos en la calle; que el famoso «yo haría» está a mil años luz del momento mágico en que el funcionario te pone delante, para que lo firmes, el papel-llave que abre la puerta de la «implementación». Para los nuevos, el espanto de conocer la magnitud real de la burocracia es peor que el mal de altura en el Aconcagua: para los veteranos, sobrellevar la verdad que han aprendido da la medida de lo admirable de su ambición.

La máquina municipal, en efecto, está allí, desde la época del marqués de Campo, impoluta y señora, apalancada en burocracia, a la espera del fracaso de una nueva generación de inocentes. «Mire, es que yo quiero agilizar la concesión de licencias a los emprendedores autónomos», le dice el novato al jefe de sección que le han puesto. «Claro, claro que sí, señor concejal; pero lo que toca hoy es este papel donde decimos que no al intento de Benimàmet de ser declarada entidad menor». «Ya, pero es que las nuevas tecnologías...». «Deje, deje: este papel es el que autoriza a hacer la fiesta de la clóchina que tuvo lugar el mes pasado. Firme aquí...».

El gran milagro, menos mal, es que sigue habiendo candidatos.

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