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Me escribe a través del Whatsapp un amigo el domingo por la tarde para comentarme su sorpresa al contemplar una especie de variopinto desfile de comitivas festivas que recorría el centro de Valencia y que tenía muy poco de fallero. Sí, le contesté, es la Cabalgata del Patrimonio, que se celebra para ensalzar el reconocimiento de las Fallas por parte de la Unesco y en la que participan desde los Moros y Cristianos de Bocairent al Carnaval de Colombia. Por la noche se celebraba en toda España el tradicional Entierro de la sardina y en las noticias de las cadenas de televisión -para ser exactos, La 1 de TVE- informaban de que se ponía punto y final a unas fiestas -en concreto, los Carnavales de Tenerife- que habían durado un mes. En principio puede parecer mucho pero luego pensé que no es tanto, no si lo comparamos con nuestras Fallas. Recuerdo que la Crida tuvo lugar el domingo 24 de febrero, que desde el 1 de marzo hay mascletà en la plaza del Ayuntamiento, todos los días, que las carpas están montadas desde el viernes 8 y que este pasado fin de semana (9-10) ya hubo verbenas en muchas comisiones, así como paellas o la citada Cabalgata del Patrimonio. Sentenció mi amigo: aquí la cuestión es hacer cada vez más cosas; cada uno que llega inventa algo nuevo. Y nos pusimos a recordar que, en efecto, hay muchos actos del programa fallero que antiguamente no existían y que poco a poco se van incorporando hasta llenar de actividad todo un mes. Las propias carpas no formaban parte del paisaje fallero en la década de los ochenta, como tampoco era habitual que todas las comisiones celebraran paellas o montaran verbenas. La fiesta se fue masificando, llegaron más visitantes gracias al turismo low cost, aparecieron las churrerías y luego las furgonetas que venden comida, se añadieron nuevos actos y, en definitiva, se estiró la fiesta casi un mes. Como nada, o casi nada, es casual, es perfectamente posible concluir que a los poderes públicos (antes al PP y ahora al tripartito) les conviene ese ambiente festivo, la gente en la calle, la alegría y las ganas de divertirse. Aunque es la izquierda quien sabe rentabilizar mejor ese elemento, quien lo explota con habilidad, tal vez porque su electorado sea más propenso o porque el conservador es por naturaleza más casero. Algo de ese ambiente de fiesta -unida en esta caso a la reivindicación- hubo en la manifestación del 8-M, con una mayoría de jóvenes con ganas de pasarlo bien, grupos de chicas que salieron a la calle a alzar la voz y dejar patente su malestar, sus demandas. La izquierda necesita que la calle se mueva y se movilice ante una derecha más callada y hogareña pero con muchas ganas de reflejar en las urnas su hartazgo por lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en Cataluña.

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