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FÚTBOL REGIONAL

Los protagonistas del deporte base están hechos de una pasta especial

JOSÉ RICARDO MARCH

Lunes, 2 de abril 2018, 11:32

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Anda sobrado de razón Alfonso Gil cuando afirma que el fútbol regional es un mundo muy especial. Lo llevo comprobando desde mi niñez. Mi padre era uno de esos entusiastas del deporte base a quien uno aprende a reconocer entre la concurrencia en los partidos de preferente o regional. Durante años dedicamos las mañanas de los fines de semana a ver encuentros de todas las categorías en el antiguo polideportivo de Benetússer, un espacio que todavía hoy, veintitantos años después de mi última visita, podría cartografiar con cierta pericia. Creo que si no he vuelto en todo este tiempo ha sido para no perder las nítidas imágenes que guardo de un escenario que asocio a mi primera infancia. Regresar hoy al polideportivo, pegado al Parque Alcosa, y no encontrarme con el campo de tierra, las toscas casetas y el rumor de la piscina sería pegar una dolorosa puñalada a mis recuerdos.

He de reconocer que nunca presté mucha atención a aquellos partidos. El fútbol era todavía para mí, entonces un crío de seis o siete años, un universo de códigos complejos al que no otorgaba valor alguno. Faltaba algún tiempo para la explosión de la afición futbolística, que me llevaría en tiempo récord a querer empaparme de todo y a buscar la integración en el grupo dando patadas al balón. Sí me gustaban, sin embargo, detalles secundarios, costumbristas, lo que me da pie, mientras escribo estas líneas, a pensar que mi pasión por la letra pequeña del fútbol pudo nacer en aquellas matinales en Benetússer. Todavía hoy recuerdo sin demasiado esfuerzo algunos episodios y objetos periféricos a los partidos. El humo de los puros recién encendidos. Las ruedas de las rifas y el saco del jamón. Las bolsas de papas que se vendían en el polideportivo. También soy capaz de dibujar algunas de las caras de los asistentes a aquellos partidos, una colección de hombres y mujeres que se sentaban en una larga bancada de piedra para animar a sus hijos. Y recuerdo, cómo no, a aquel delegado moreno con brazalete y gafas de sol, figura perenne en todas nuestras visitas al campo.

Quizá como consecuencia de todo ese trasfondo sentimental, cuando más de una década después inicié, gracias a Darío Muela, mi camino en la prensa deportiva a lomos del deporte regional, sentí que retornaba a un escenario tan familiar como querido. La emisora en la que colaboraba dedicaba al fútbol de Tercera y Preferente dos horas semanales en un horario más bien marginal. El espacio resultante era un batiburrillo bastante naïf de información, entrevistas y reflexiones que tenía un seguimiento espectacular. Es sencillo comprender el porqué de su éxito. Nadie entonces ofrecía a los clubes modestos un hueco en la programación radiofónica. José Luis Cortés, que dirigía el programa, le imprimía un tono de tertulia permanente que invitaba a quedarse para escuchar, con más o menos circunloquios, las batallitas del fin de semana. A su lado Pepe Cruañes, armado con su libreta mágica de anillas, cincelaba el relato a base de datos pescados aquí y allá. Mi tarea era sencilla: recopilaba la información de los partidos de categoría juvenil para condensarla en diez minutos al final del programa. Gracias a esa labor conocí a un puñado de excelentes personas que me ayudaron desinteresadamente a sacar adelante la sección.

Poco a poco, desde la timidez inicial, me fui integrando en aquella enorme familia repleta de nombres que recuerdo con inmenso cariño: Óscar Fernández, Paco Crespo, Chus Montero, Dionisio Martínez, Manolo Cuenca, Esteve, Ricardo Navarro, Carlos Matamoros... Gracias a ellos, a su altruismo y dedicación al fútbol base comprendí la tan habitual afirmación de que los protagonistas del fútbol regional son gente hecha de otra pasta. Con todo, la constatación total de aquella máxima llegó al conocer a José Mollà, contertulio del programa de Cortés. «Soy Josemo», me espetó una noche antes de desplegar sobre una mesa de la redacción comida como para un regimiento. Josemo era, además del mejor masajista del deporte valenciano, un tipo excepcional. Cercano y afectuoso hasta decir basta, con una vida de novela que contaba con una extraordinaria amenidad, era una de esas personas generosas que no dudan en prestar todo lo que tiene a aquel que lo necesita.

La semana pasada el mundo del fútbol regional se estremeció al conocer el fallecimiento de Josemo. Su muerte desencadenó un torrente de testimonios que daban cuenta de su bondad y nobleza, desplegada en innumerables clubes y localidades de nuestra geografía. Ojalá el deporte base valenciano pueda homenajearle como merece.

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