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Fumar o la mala educación

Mangas verdes ·

PEDRO CAMPOS

Jueves, 1 de enero 1970

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No me molesta que la gente fume. Allá ellos con sus pulmones y su bolsillo. Me fastidia que lo hagan a mi lado. Me irrita también cuando unos irresponsables encienden un pitillo junto a un bebé o un menor. Por el perjuicio que les supone y, además, por el mal ejemplo. Al final todo se resume en educación o, mejor dicho, en falta de educación. Por eso alabo la medida del Ayuntamiento de Valencia de prohibir que se enciendan cigarrillos en las paradas del autobús. Ahora parece un mandato difícil de cumplir al ser al aire libre y quedar en una decisión personal, pero esto mismo nos lo cuestionábamos cuando se vetó fumar en los restaurantes. Y ahora es lo más normal del mundo. Ya no existen esos bares insumisos que presumían de ello.

Si los hay se encuentran en la clandestinidad. Tampoco se podrá escuchar música sin auriculares, tanto en las paradas como dentro del autobús. Hay veces que es peor la melodía que el volumen, pero lo más habitual en los incívicos es que se unan ambas cosas. Falta saber, cuando se ponga en marcha a principios de año, si existe coordinación municipal para que los policías ejecuten las multas a los groseros. Sólo hay que darse una vuelta por la ciudad para ver que el número de tipos desconsiderados aumenta día a día, muchos de ellos jóvenes. Hay quienes defienden que los hábitos y el carácter de los niños dependen, sobre todo, de lo que ven en casa. Hay quien lo niega. Pero si contemplan a un padre saltarse un semáforo, no poner el intermitente -una plaga vial y no está de más recordar que ni gasta gasolina ni vale dinero- o insultar a cualquiera que se cruce en su camino es más que probable que cuando cumplan años imiten a sus progenitores al tomar un coche. Siempre es mejor criar personas que gamberros, no cuesta tanto.

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