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Yo era una de sus fuentes, sabedlo

Una pica en Flandes ·

No voy a saber hacer política en Valencia sin Majo Grimaldo. No voy a querer. Y me temo que tampoco seré capaz de seguir escribiendo. O quizá sí, como si ella siguiera viva

ESTEBAN GONZÁLEZ PONS

Lunes, 5 de noviembre 2018, 08:33

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Esta columna no la quiero escribir. De hecho, jamás pensé que se diera la circunstancia de escribirla. La idea de que un bandido como yo colaborase en un diario tan prestigioso como este fue de ella y ahora mismo no tiene sentido que, para decir que me niego a aceptar que haya muerto, utilice precisamente un artículo de los que debo a su salud. Es tanto como verter mis lágrimas sobre un café que se le hubiera quedado frío, sobre su folio en blanco, sobre la mínima parte de su vida que pese a todo sigue viva conmigo, sobre el hilo que mantengo tendido entre mi desolación y su recuerdo. A llorar se va a los paseos en que nos reíamos a costa de mis colegas, a las presentaciones falleras en que aplaudíamos a la par, a las rebajas de Estrasburgo en que se hizo famosa, a los comedores secretos en que nos citábamos con Julián, pero no al periódico. No en su periódico. Aquí no. Aquí se viene a contar lo que pasa, no a gimotear. Mis columnas de Las Provincias se escriben para que ella las apruebe, así que ¿cómo diablos voy a dedicarle una a su ausencia? Desde el jueves mi teléfono está apagado porque no tengo a quien llamar.

Además, como ella decía, los periodistas no deben ser noticia ni siquiera el día de su muerte. Y para mí redactar una elegía resulta lo mismo que archivar definitivamente a un ser querido. Después de despedir a alguien, expresando por escrito el dolor irreparable que causa su falta o los momentos felices que no se repetirán, parece que ya queda todo dicho. Que no resta sino colgar, abrir la ventana para que entre el olvido. Pues que sepáis que no pienso borrar su número de mi agenda y tampoco sus mensajes, ni sus correos. Que voy a seguir como si nada hubiera pasado, aunque llevo la reserva encendida y, después del maldito último Día de Todos los Santos, si pego la oreja al corazón me suena tan engañado como el interior de una caracola.

Quisiera que la redacción de nuestro periódico permitiese sumar mi voz a la de tantos buenos periodistas que se muerden los puños para no dejarse leer enfadados con la muerte. Y con la vida. Ella era única, irremplazable y, sin embargo, se ha perdido. Inteligente, divertida, terca, invencible, guasona, leal, valenciana. No se callaba ni para dar un sorbo a su cerveza. Sonreía sólo con que la mirases. Se burlaba de sí misma antes que de los demás, pero luego también de los demás. No conozco a nadie que lleve su excelencia profesional con más naturalidad y menos pedantería. Y era mi amiga del alma. Y yo era su fuente, que se entere todo el mundo.

Disculpad pues mi debilidad, pero no debería haber escrito esta columna. Yo no voy a saber hacer política en Valencia sin Majo Grimaldo. No voy a querer. Y me temo que tampoco seré capaz de seguir escribiendo. O quizá sí, como si ella siguiera viva. O sólo para que me parezca que sigue viva. Majo, qué difícil.

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