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Un friki, un ser asocial, un apestado

No participar en la feria de cuelga tus fotos personales en las redes te condena al ostracismo, al exilio, casi a la vergüenza

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 9 de septiembre 2018, 10:04

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Miércoles por la noche. Salgo de trabajar y acudo a la parada de la EMT para volver a casa. Lo hago casi a oscuras porque el Ayuntamiento de Valencia ha decidido ahorrar en el recibo de la luz no encendiendo las farolas, que es como mejorar la economía doméstica no dando de comer al abuelo, gastar gastas menos, sin duda, pero es posible que el hombre acabe criando malvas. Llego y me encuentro que hay ocho personas esperando el autobús. Dos de ellas están hablando por teléfono, una tercera manda un mensaje de voz y las otras cinco miran las pantallas de sus móviles. El espectro social es variado, cinco mujeres y tres hombres, con edades comprendidas entre los veintitantos y los sesenta y pico. Yo no saco el móvil del bolsillo, ni siquiera para consultar la app y ver cuánto va a tardar el bus, aunque sé que me va a tocar aguardar un buen rato porque Ribó también debe de estar ahorrando en el transporte urbano poniendo menos vehículos en circulación. Pero conforme pasan los minutos crece mi incomodidad, aislado, como ajeno al mundo, a lo que hace la gente, todos con el teléfono de marras y yo que si mirando el cielo, que si pensando, que si dando pequeños paseitos y pegando patadas a las colillas... Me planteo si el resto de viajeros a la espera creerán que soy un pobre y carezco de teléfono propio, aunque mi aspecto, la verdad sea dicha y aunque esté mal decirlo, es impecable. Y tampoco tengo pinta de atracador, todo lo contrario. Me siento extraño pero consigo vencer la tentación de sacar el aparatito y ponerme a mirar webs, contestar whatsapps, repasar correos...

Llevo casi todo el día cara a la pantalla del ordenador y ya ha tenido bastante. Mi terquedad me conduce poco a poco a una especie de condición de apestado antitecnológico, de ser asocial, de friki antediluviano. Lo confirmo conmigo mismo (¿con quién va a ser? el resto están en sus cosas, hablando, mensajeando, navegando...) al reflexionar acerca de mi escasa afición a colgar fotos personales en las redes sociales, en claro contraste con la abundancia con la que amigos, compañeros, familiares y hasta vecinos salpican primero e inundan finalmente todos los canales de comunicación habidos y por haber, en donde te encuentras un amplio abanico de imágenes: padres felices con hijos no menos encantados de haberse conocido, paellas majestuosas, paisajes inverosímiles, mesas espléndidamente servidas, abuelos agasajados por sus nietos, gin tonics desbordantes en los que no cabe ni un ingrediente más, acantilados de vértigo, peligrosos descensos en canoa, posados de revista con bermudas indescriptibles o bikinis al filo de lo imposible y memorables reuniones veraniegas en la 'urba' que sin duda merecen ser compartidas con el resto de la humanidad. Así que mientras el autobús sigue sin llegar (Ahorros Ribó) me pregunto si soy yo el que circulo en contradirección o son los demás los que se han equivocado de sentido. Y no sé qué contestar.

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