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El franquismo, todavía

ANTONIO PAPELL

Sábado, 21 de julio 2018, 11:33

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Es muy legítima la aspiración de los pueblos a ajustar cuentas definitivas con el pasado para enterrar a conciencia sus episodios trágicos. El caso más claro es el de Alemania, que ha superado la triste etapa del nazismo tras su derrota militar de 1945 por el procedimiento de enfrentarse a cara descubierta con espejo. Bien es cierto que aquel totalitarismo tuvo su Nuremberg, que objetivó las responsabilidades derivadas de aquel gran genocidio, pero, a posteriori, la nueva Alemania ha sabido asumir las culpas.

En España, el dictador murió en la cama y la democracia ha llegado mediante un incruento (pero poco ejemplarizante) proceso de cambio «de la ley a la ley». La ventaja del procedimiento es obvia: hemos evitado un cruento desquite. Pero a costa de ello, hay todavía algunas cuentas pendientes con el pasado. En 2006, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa recogía y denunciaba las gravísimas violaciones de derechos humanos que se cometieron en España entre 1939, final de la guerra civil, y 1975, año de la desaparición de Franco. Y en 2007, Rodríguez Zapatero impulsaba la aprobación de la ley de Memoria Histórica, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura.

Aquella ley resarcía a los supervivientes víctimas de la conflagración y sus consecuencias; atendía las peticiones de los herederos que deseaban enterrar dignamente los restos de quienes fueron fusilados y arrojados a fosas comunes, cunetas de carreteras o parajes rurales; decretaba la eliminación de los símbolos agresivos de los vencedores de la guerra civil. Algo se ha hecho pero no lo suficiente. Este gobierno ha anunciado ya que pondrá todo su interés y dedicará medios materiales a la conclusión de aquella obra inacabada.

Este proceso tiene que incluir una solución que resuelva el asunto del Valle de los Caídos, el gran túmulo del dictador. Hoy, esta construcción abominable, erigida en un paraje hermoso de la sierra del Guadarrama, es un bochornoso objetivo turístico que algunas agencias de viajes incluyen en sus visitas a El Escorial. Es como si en Alemania hubiera un monumento en homenaje a Hitler o en Italia una gran mole con la efigie de Mussolini. El Valle de los Caídos, que incluye una basílica católica -relación que ofende a los creyentes progresistas- es, además, un gran cementerio, en el que se hallan los restos de víctimas de la guerra civil de ambos bandos, muchos enterrados allí contra la voluntad de sus deudos. La solución que hay que dar a aquel adefesio macabro para convertirlo en un verdadero símbolo de paz y reconciliación deberán tomarla los legisladores y el gobierno, pero lo intolerable es que se mantenga en su situación actual, como un homenaje divisor y fratricida en vez de un reducto de reencuentro y de pedagogía histórica.

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