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Urgente El incendio de Tàrbena evoluciona favorablemente y ya sin llama en el perímetro

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El folclore mamporrero de nuestros días, engolosinado por los devastadores calores y el socarramiento general que tanto trastorna, protagonizaron una reciente estampa que puede cambiar el canon de las peleas callejeras, acaso también el de las turbulentas broncas que brotan en los garitos de peligro habitual y rebótica de trapicheos pendencieros. Asistimos a una pugna, ya saben ustedes, entre los conductores de Cabify, esa plataforma que te manda el coche y su chófer hasta el punto que le indicas, y los taxistas de toda la vida que serpentean la ciudad en plan funambulistas motorizados como aquel Robert de Niro en ‘Taxi driver’. Durante la última huelga de taxistas, uno de ellos estableció trifulca sobre el asfalto contra un chófer de Cabify. Tras, creo, los primeros zarandeos, esos sopapos desnortados que son tropezones preludiando futura violencia certera, ambos peleadores desenfundaron su móvil para grabar el combate, con lo cual el telefonillo adquirió contorno de florete achaparrado o de puñal primitivo con pretensiones de asaetar, al menos simbólicamente, al adversario. El cámara de una televisión grabó el episodio nacional y sorprendía contemplar ambos contrincantes desafiándose con una mano libre y la otra sujetando el chisme. Se increpaban y se insultaban mientras registraban el choque elaborando un curioso ballet. Lo que no se graba no existe. Ni los aniversarios ni las bodas ni las comuniones ni las cenas opíparas ni las divagaciones al amanecer. Ni tampoco las peleas contra otro. Ahora la furia callejera consistirá en repartir con una mano solitaria. La otra se encargará de testimoniar la gresca. El imperio de las imágenes se cargará incluso la ley de la calle. Esos dos chóferes empataron a los puntos. No consta quién venció en los terrenos de la filmación tan de ‘cinema verité’.

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