En la recientemente celebrada feria taurina de Bilbao se ha podido ver con nítida claridad que cuando la fiesta brava se ofrece con argumentos de ... actores contrastados en plenitud, toros de ganaderías bravas y de prestigio, el resultado final es una FIESTA, con mayúscula, un gozo, sin olvidarnos, eso sí, de que la tragedia siempre acecha. Y es ahí donde radica la grandeza del arte de la lidia, en la incertidumbre que provoca la bravura (o no) del toro y la destreza (o no) del torero.
De lo acontecido en el serial vizcaíno se deben sacar conclusiones para que los enemigos de la fiesta no sigan encontrando argumentos para combatirla. Sabido es que la Aste Nagusia fue desde tiempo inmemorial bastión principal de la tauromaquia en el norte de España. Tambien se sabe que desde hace casi tres lustros hay fuerzas políticas que, ignorando sus raíces y valores, la combaten porque interpretan que es una seña de españolidad que debe borrarse. ¡Pobrecitos!
Por tanto, quienes tienen la responsabilidad de defender valores y tradiciones como los que ostenta el mundo del toro bravo, en este caso los empresarios que llevan las riendas de plaza tan emblemática, no pueden caer en el error de programar una feria que no atraiga al gran público y mucho menos sobredimensionarla. Una plaza vacía es darle armas a los mequetrefes, desalmados y ventajistas disfrazados de críticos honorables y beatos que aprovechan cualquier coyuntura para hacer campaña negacionista argumentando que la Fiesta no interesa.
En tiempos difíciles como los que está viviendo en la actualidad la Fiesta de los toros, pero también nuestra economía, aplicar el sentido común, o sea, pensar en quienes tienen que pasar por taquilla, es cuestión esencial. El personal sabe elegir como igualmente se vio meridianamente claro las tardes que estaba anunciado el peruano Andrés Roca Rey, el nuevo ídolo elegido por el gran público y también por los buenos aficionados. Mejor ejemplo no cabe.
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