Se estrena una nueva temporada de 'Juego de tronos' y confieso que no me hago el ánimo. Lo intenté hace años, al inicio, pero tuve que dejarlo en el primer degollamiento a la luz incierta de un país de hielo. En el cine de aventuras antiguo, la pobreza, incluso la muerte, sabía ser heroica y bella; pero llevo mal el naturalismo de ahora, ese realismo harapiento de bubones y costras del medievalismo a la moda.
Siete reinos en disputa de un trono de hierro construido con las espadas de los enemigos. Ay de los vencidos. En 2014, los productores le llevaron uno a Barak Obama y el tío se sentó sin reparos en un asiento construido sobre acero, casquería y andrajos. Imagínate si la ocurrencia la llega a hacer Donald Trump... Pero tienen razón los que dicen que la izquierda -y Barack Obama podría servir si se estira la metáfora- tiene bula para casi todo.
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, pero no deja de ser chocante que las elecciones de 2019, las de Pedro de Castilla o el abismo, se estén produciendo con las pantallas caseras llenas de espadones y cotas de malla, y largas colas para disfrutar esa magia de códice, escoba y pócima de Harry Potter. El medievalismo está de moda y viene vestido con estética de sayones miserables, con ropa gastada y sucia, para una sociedad que viste de oliva y siena para hacer olvidar la piscina del chalé.
El viernes, cuando vi adentrarse en la huerta a diez o doce mil estudiantes, cuando vi a otros cinco mil frente a la Ciudad de Artes y las Ciencias comiendo los despojos de sus bolsas de plástico, me acordé de la Cruzada de los Niños; veinte mil chavales hambrientos (y sedientos) avanzaron hacia Niza, campo a través, decididos a embarcar hacia Jerusalén a cualquier costa. Estos llevaban camisetas de colores y disfrutaban de la fuerza del grupo, del poder de sentirse jóvenes y compartir un afán en un mundo plano que les aburre.
Elecciones y paellas. Las tribus de «Juego de tronos» en busca del recipiente de hierro donde hierve el arroz. Libaciones y uniformes baratos. Colas en La Punta y colas en un Museo de las Ciencias que rinde homenaje, qué paradoja, a la brujería con escoba. También hay colas en las Cuevas de Paterna; la miseria de ayer convertida en circuito turístico 'fashion' de la mano mágica de Almodóvar. La basura se trasmuta en oro, Ramón Esteve amuebla las chabolas del franquismo y Ágata trasviste los sueños con piojos de ayer idealizados ahora por el cine.
Cuando hierve la política regresa el feísmo, que nunca se ha ido del todo, y los viejos pactos se rompen entre cuchilladas. El alcalde, más solo que nunca, abandonado incluso de los suyos, ha tenido que aceptar la Cruzada de las Paellas; y Valencia, una vez más, se ha tenido que curar de su fracaso haciendo virtud de lo aprisa que sabemos recoger nuestras basuras.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.