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LA FALSA COHABITACIÓN

miquel nadal

Lunes, 26 de agosto 2019, 00:37

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Con la velocidad que ahora se exige a la realidad, ya podríamos ponerle título y resumen a la temporada, que será irremediablemente la temporada de la cohabitación, la que siguió a la del Centenario. Creo no equivocarme si digo que la crisis del Valencia está basada en un error de una gran inocencia sobre la legitimidad del ejercicio del poder. Cuando alguien vende una cosa lo malo no es que la haya vendido, sino que es de otro, y que uno sepa de acuerdo con la legislación mercantil del Reino de España, la Sociedad Anónima Deportiva Valencia C.F. cuenta con un accionista mayoritario que es el propietario. Nos podrán gustar más o menos sus decisiones, los objetivos que se planteó con la compra, los amigos que le asesoran, pero no hay una diarquía en el poder. El Scalextric tiene amo, y la perspectiva de que el propietario quiera coger los mandos tampoco es algo que nos tenga que llevar a escándalo. Desde el punto de vista simbólico podemos evocar toda clase de legitimidades, pero de acuerdo con el Registro Mercantil no hay dos Valencias, ni dos centros de poder, porque no hay dos fuentes de legitimidad. La cohabitación, o la coexistencia institucional como la llamaba François Mitterrand, surge en la V República, cuando coincidían una Presidencia de la República y una Presidencia del Gobierno de distinto signo político, pero las dos con semejante fuente de legitimidad popular. Pero la cohabitación siempre sale mal. Incluso en un mismo partido como con De Gaulle y Pompidou. Es un accidente. Sale mal en la política, y en toda clase de entornos, incluso contando cada cual con su legitimidad surgida de las elecciones porque es una situación transitoria que tiende al fracaso, y a la necesidad de que exista un único vencedor final. El poder es único y se comparte a duras penas. Hablar por tanto del Valencia de Singapur y del Valencia de la Avenida de Suecia como dos mundos que se disputan el poder en igualdad puede quedar bien como bálsamo pero no soluciona los problemas, porque no es un análisis correcto. Yo que estoy a muerte con el Valencia de la Avenida de Suecia, y confío en la serenidad del proyecto deportivo e institucional de la dupla Mateu Alemany y Marcelino, tampoco soy tan ingenuo como para desdeñar al Valencia de Singapur y a las intenciones de la propiedad, que a fin de cuentas, y mientras no se demuestre lo contrario, ejerce las facultades que asisten a quien tiene la propiedad de las cosas. Hay una tentación en la política y en otros ámbitos de la vida, de consecuencias funestas, de hacer castillos en el aire con el dinero ajeno. Vender no era una operación simbólica, que nos permitiera tener al Valencia en usufructo. Digo yo que hará falta más humildad aquí, y sentido de la realidad. Y como decía un personaje de Marcel Jouhandeau, es necesario cambiar a menudo el fusil de hombro. Los cangrejos acaban avanzando.

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