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Explicaciones y provocaciones

La guerra por mi cuenta ·

Da la sensación de que cuando una tragedia sacude nuestras conciencias, nos resulta difícil aceptar que la única responsabilidad recaiga en un simple sujeto

Carlos Flores Juberías

Miércoles, 6 de septiembre 2017, 09:57

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Comienzo a pensar que debe ser una característica innata del ser humano la de buscar complejas explicaciones y hallar altas responsabilidades cada vez que se produce una gran desgracia, aun cuando muchas de éstas se deban a la acción individual de sujetos perfectamente identificables. Da la sensación de que cuando una tragedia de magnitud considerable sacude nuestras conciencias, nos resulta difícil aceptar que la única responsabilidad recaiga en un simple sujeto, y menos aun cuando se trata de un tipo anónimo, de cuya existencia jamás antes habíamos reparado, y que de no haber sido por ese instante de torpeza, o de locura, habría pasado por la vida sin dejar la más mínima huella tras de sí. Y es ahí cuando empezamos a desbarrar.

El problema aparece cuando la ira y la perplejidad -ambas comprensibles-, de quienes acaban de sufrir la tragedia en su propia carne se junta con el oportunismo y el desprecio a la verdad -ambos injustificables-, de quienes pretenden aprovecharse de la situación para avanzar en sus propios objetivos. Y se agrava todavía más cuando el fin último de la operación es ocultar sus propias responsabilidades, desviando la atención de las víctimas y de los medios hacia focos tan alejados de sí mismos como sea posible

Hace unos días la polemista conservadora estadounidense Ann Coulter lanzaba su enésima provocación al declarar que aunque no creía que el Huracán Harvey, que acababa de devastar Houston, fuera un castigo de Dios por haber elegido a una alcaldesa lesbiana, ésta explicación le parecía más creíble que la de que fuera consecuencia del cambio climático. Un despropósito cuya magnitud solo me parece comparable a las de quienes al día siguiente de que un marroquí al volante de una furgoneta y armado con un cuchillo acabara en Las Ramblas de Barcelona con la vida de dieciséis personas de ocho nacionalidades distintas, apuntaron con su dedo acusador a la Casa Real (¡) y al Presidente del Gobierno por -al parecer- vender armas a diversas monarquías del Golfo.

Pero, sobre todo, un despropósito -como el de quien en lugar de enfocar el haz de luz sobre aquello se que se busca, lo proyecta sobre los ojos del observador para deslumbrarle- llamado a ocultar una responsabilidad de la mayor trascendencia. En el caso del huracán que ha asolado Texas, la reconocida indiferencia del Presidente estadounidense hacia el cambio climático y el equilibrio ecológico. Y en el del atentado terrorista de Las Ramblas, la de un Govern que desde hace décadas ha venido haciendo patente su preferencia por la inmigración musulmana antes que por la latina o la europea, cuya policía fue incapaz de controlar el nacimiento y desarrollo de una célula yihadista, y cuyo sistema educativo fue capaz conseguir que Younes y sus correligionarios hablaran catalán, pero no que aprendieran a respetar el sacrosanto valor de una vida humana.

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