ESTÓMAGOS AGRADECIDOS
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Para construir el relato épico de un encierro se necesitan varios factores. De entrada, la privación de libertad conviene que sea prolongada. Después, las fugas o, en su defecto, los intentos contribuyen a realzar la peripecia. Una hamburguesa quemada y los intensos flatos de un entrullado digamos dominical no favorecen la emoción del asunto. Becker, el director de la película 'Le trou', ese clásico de entre los clásicos, mientras rodaba le dijo a José Giovanni, el autor de la novela: «Oiga, no me creo que ustedes casi escapan por un agujero así de pequeño». El corso Giovanni replicó: «Usted dirá lo que le apetezca, pero mis amigos y yo pasamos por ese agujero...» Lástima que un chivato se cargase el plan justo antes de la huida. Frank Morris y los hermanos Anglin se largaron de Alcatraz montando una logística genial que todavía hoy asombra. Ni encontraron sus cadáveres ni se supo de ellos. Que cada cual piense lo que quiera, pero se les admira porque vencieron el sistema y trituraron los barrotes desde la inteligencia. La muchachada independentista que soportó un mes de sombra se ha quejado del menú, y esto demuestra su vertiente de estómagos agradecidos. Buena parte de nuestros políticos, en efecto, desarrollaron su paladar gracias a las generosas tarjetas de la mamandurria pública. El marisco y las lubinas casi se extinguieron durante el apogeo de aquellas comilonas. El gratis total a la hora del yantar les procuró un anhelo gastronómico inusitado y un gusto por los vinos, las burbujas y los gintonics verduleros emparentado con la tradición de los nuevos ricos, sólo que el ricachón de última hora se pagaba él los caprichos y nuestros impuestos sufragaban los delirios de estos casposos. Patético. Javier de la Rosa zampando feliz su bocata de mortadela intramuros proyectó mayor dignidad.
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