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Urgente Bertín Osborne y Taburete, entre los artistas de los Conciertos de Viveros 2024

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Siempre he pensado que a los que en el viejo continente se declaraban fervientes comunistas en los años más duros del telón de acero -los de la URSS comandada primero por Stalin y luego por sus sucesores, Jrushchov, Brézhnev, Andrópov, Chernenko y finalmente Gorbachov- habría que haberles pagado una estancia en su Shangri-la para que comprobaran de primero mano y en sus propias carnes cómo vivían los nacionales de la Europa del Este en aquel paraíso y así haberlo comparado con esas decadentes, corruptas, injustas y desiguales sociedades occidentales que tanto criticaban y contra las que luchaban a brazo partido desde la comodidad del Estado del bienestar y la libertad de la democracia parlamentaria. Pero una estancia pagada no para alojarse en una de las dachas de las que disfrutaban los dirigentes del Partido Comunista, como hicieron algunos de los políticos de la II república española que tras la guerra civil tuvieron que huir de la dictadura franquista y encontraron allí un nuevo hogar, sino para hacer la misma vida que cualquier obrero de una de las inmensas fábricas del régimen, residiendo en un deprimente bloque de pisos típico de la arquitectura estalinista de la época, sufriendo las privaciones de alimentos y la carestía de productos básicos, sin el menor lujo, sin poder aspirar a disponer un día de un coche o una segunda residencia, aguantando colas interminables, viajando en trenes y tranvías desvencijados por tristes calles carentes de comercios, oscuras, descuidadas. Y todo ello en un ambiente deprimente, opresivo, vigilado las 24 horas del día, policial, donde la libertad de expresión, de manifestación, de asociación o la propia libertad de movimientos para entrar y salir del país cuando buenamente se quiere eran una quimera. Tal vez entonces, tras unas semanas disfrutando del comunismo en vena, su percepción de la realidad habría cambiado. Esa misma receta es la que aplicaría ahora a los defensores españoles de Maduro, que los hay, todavía los hay. A pesar de las evidencias, de la ruina económica, de la represión y las torturas, de la insostenibilidad de un régimen que asfixia a su pueblo, aún hay un partido (Podemos) que cierra filas con el charlatán sanguinario que viste un chándal multicolor, alineándose con otros países tan ejemplares en cuanto al respeto de los derechos humanos como China, Rusia, Turquía o Irán. Vendría a ser como un Erasmus pero para dirigentes ya talluditos que se empeñan en negar la evidencia porque les pueden sus prejuicios ideológicos. Nada de hoteles, palacios presidenciales, cenas de gala y tratamiento de hombres de Estado. Unos meses con una familia venezolana de clase media (ya no quedan, son todas de clase arruinada) para Iglesias, Montero, Echenique, Monedero, Garzón y compañía.

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