Entre PP y Vox
JUAN CARLOS VILORIA
Lunes, 22 de abril 2019, 08:40
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JUAN CARLOS VILORIA
Lunes, 22 de abril 2019, 08:40
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Una de las incertidumbres más arduas de despejar para los especialistas en análisis demoscópicos es el volumen del traspaso de voto que el próximo día 28-A podría producirse entre la que fue la casa común de la derecha española, Partido Popular, y la exitosa escisión configurada por Vox. Burgos ciudad. 15 de abril. Un pequeño empresario con formación universitaria: «Yo siempre ha votado al Partido Popular, pero ahora voy a votar a Vox». Su objetivo, dice, es cambiar la política de la derecha y radicalizarla después de la polarización territorial gestada en Cataluña. El deseo del votante burgalés, que puede ser un estereotipo generalizable, no sería tanto ganar al PSOE como ganar al PP. «Podemos hacer el 'sorpasso' al PP», dice animado el empresario. Niega que sea un voto a Sánchez, o que sea un voto tirado a la basura. «Hay que obligar a Pablo Casado a una mayor firmeza frente a la izquierda, los nacionalistas y los independentistas». La fragmentación de la derecha española y el éxito de Vox desalojando al PSOE del gobierno de Andalucía han convencido a sus votantes de que además de un voto emocional (defensa de la unidad de España, miedo a la inmigración ilegal), puede ser un voto útil. De momento ya han conseguido modificar y condicionar las campañas de otros partidos. Casado ha necesitado urgentemente dar una vuelta de tuerca a su discurso y hablar sin complejos de aplicar inmediatamente el 155 en Cataluña o plantear la recentralización de determinadas competencias.
Otro ejemplo. Bilbao. 16 de abril. Prejubilado con formación media y votante del PP. «Casado no me gusta ni un pelo. Debería volver Rajoy. No sé que voy a hacer. Igual voto a Ciudadanos o igual voto en blanco. A Vox ni loco». Este último puede representar el patrón o arquetipo del votante conservador aturdido y desorientado por el fraccionamiento del centro derecha. La atomización del mapa político en España (que incluye el desdoblamiento del PSOE en barones y sanchistas) convierte el 28 de abril en un choque de fuerzas desordenado e imprevisible. Nos encontramos ya, como apuntan algunos politólogos, en una fase en la que una parte no menor del electorado no se identifica con la clásica división izquierda-derecha, sino con otras ligadas al ocaso del estado nación o al envejecimiento de Europa como actor político y social. El problema es que nuestro ecosistema mediático y sociológico sigue anclado en los clichés tradicionales y le cuesta detectar las nuevas tendencias de voto.
El radar del PSOE, por ejemplo, fue incapaz de detectar en Andalucía que cuatrocientos mil papeletas optarían por un partido como Vox que parecía marginal, cuando no de frikis. El problema que tiene Casado para retener a sus caladeros de voto clásicos frente a la tentación populista de Abascal es que su propio liderazgo está en construcción y que además de voto emocional, el éxito en Europa de opciones de corte similar actúan como efecto llamada. La ventaja es que el votante conservador tiene un sentido pragmático de su papeleta.
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