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Chumi puede ser el nuevo Lucendo. Creo que ya estoy harto de hablar de los nuevos Lucendo, pero es que la historia de aquel tipo me marcó tanto que en los periódicos deportivos siempre buscaba las crónicas de Segunda B para ver cómo había quedado el Andorra y si el protegido de Cruyff estaba en el once titular. Chumi ya ha tenido su minuto de gloria. A partir de ahora se enfrenta al reto de no ser más que una anécdota. Vivimos engullidos por el fútbol moderno y los puntos de inflexión. El Valencia es especialista en esto último y en empates -escribo la columna antes del partido de Vigo-. Pero el tema de la semana ha sido, sin duda, lo de Chumi y el Levante. No entiendo cómo a los servicios jurídicos de un club se les puede escapar el caso de una alineación indebida. Los abogados están para supervisar contratos y para que sus equipos no pierdan dinero, que al final del camino es lo que le va a pasar al Levante si la trampa del Barcelona ha prescrito por no levantar la voz en el plazo establecido. Los clubes, ahora mismo, están mas pendientes de ganar seguidores y demás tonterías que de lo verdaderamente importante.

Y aquí exculpo al Levante, vaya por delante, porque me consta que en Orriols todavía se respetan las raíces mientras a un tal Sean Bain el Valencia le ha dado un móvil y un cargo como quien pone en las manos de un mono una ballesta. Pero no es normal que un departamento jurídico, que ingresará muchos de esos miles de euros que reparten los derechos de televisión entre los clubes de Primera División, no se entere de que Chumi, el jugador más llamativo del Barcelona sobre el campo en la ida de los octavos de la Copa, está en una situación de posible ilegalidad. Y lo peor de todo es que hasta que no se ha enterado y lo ha publicado un periodista, en el Levante ni olieron la irregularidad.

El club que preside Quico Catalán ha llegado tan tarde a esta situación que yo creo que lo mejor es dejarlo estar. Eliminados en el campo y en los despachos, el asunto del recurso es ya dejar demasiado en evidencia a aquellos que tenían que haber velado por los intereses de quien le paga. Cuando pase el tiempo, lo de Chumi se recordará como una chuminada (lo tenía que decir contagiado por la masa), pero en este momento el caso pone de manifiesto el guirigay que existe en el fútbol español, la falta de consistencia de los órganos que lo dirigen y la debilidad de unas normas que en vez de resolver los problemas lían todavía más la madeja. Había un chiste de otro Chumy, de apellido Chúmez, que se puede aplicar a los últimos años de gestión del fútbol español: «O nosotros o el caos», dice el gobernante. «El caos, el caos, el caos...», contesta el pueblo. «Es igual, también somos nosotros», concluye el que manda.

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