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Entender la vejez

No hay nada más triste que escuchar a un anciano o anciana lamentar su 'suerte' y pedir que la vida se acabe pronto

Mª JOSÉ POU AMÉRIGO

Lunes, 18 de febrero 2019, 09:11

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Son 25 a la semana. 25 mayores sufren malos tratos cada semana en la Comunidad Valenciana. El dato lo publicaba ayer este periódico acompañado de la constatación de que esa cifra es la peor de los últimos ocho años.

Si la violencia contra la mujer, por el hecho de ser mujer, es considerada violencia machista, ¿qué nombre damos a la que se ejerce sobre los mayores por el hecho de ser mayores, es decir, un poco más lentos, un poco más torpes, un poco más inseguros, un poco más débiles, con azúcar, colesterol o artrosis? Nos congratulamos por los avances en la Sanidad y por el aumento de la esperanza de vida pero dejamos de plantearnos la calidad de vida en ese periodo extraordinario que vamos ganando al tiempo. Y en esa calidad de vida el factor fundamental es la preparación del entorno para acoger a quien tiene la fortuna de llegar a una edad avanzada. Fortuna que, en ocasiones, se transforma en su opuesto. No hay nada más triste que escuchar a un anciano o anciana lamentar su 'suerte' y pedir que la vida se acabe pronto porque lo suyo no es vivir. Ciertamente es necesario potenciar y dotar de recursos la Ley de Dependencia pero no basta con eso. El factor educativo es fundamental para entender, aceptar y ayudar a nuestros mayores en su última etapa, la misma que, con suerte, recorreremos los ahora más jóvenes.

Hay hijos, nietos o sobrinos que no soportan al viejo, y su rechazo a la vejez la pagan con el anciano. No soportan que necesiten ayuda para lavarse, vestirse, comer o ir al baño. No aguantan la vejez porque la vejez tiene todo eso y más. Conocerlo, entenderlo y perderle el miedo es un proceso que no están haciendo las próximas generaciones. Nunca les llevamos a visitar al anciano en la residencia porque no son 'cosas de niños'. No les dejamos ver al abuelo cuando pierde la cabeza por si el crío se asusta y mucho menos les permitimos ir al cementerio para su entierro. Del mismo modo que la sociedad ha arrinconado la muerte salvo como motivo de diversión, también ha construido una imagen de felicidad asociada a la energía de la eterna juventud. Y sencillamente eso no existe. No existe la vida sin la muerte ni existe la vejez sin dificultades. Y ese mensaje debe calar en una juventud a la que le sustraemos una lección de vida que necesita para afrontar la suya propia. En los centros escolares se trabaja, aún con insuficiente éxito pero se hace, la formación en igualdad para que los chavales y chavalas sean capaces de construir un mundo mejor. Sin embargo, no se alude a la vejez, la falta de energía, las cataratas, la fatiga o el dolor de rodillas. Es un campo tan necesario como formar en igualdad. Se trata de formar en comprensión intergeneracional. Y muchos tienen las prácticas en casa. A un niño no le traumatiza ver a su abuelo envejecer. Quizás sí lo hace vivir como si no existiera la decrepitud ni el final, y encontrarse con ellos de golpe.

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