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Elogio de la encina

AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA

Domingo, 25 de marzo 2018, 12:13

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Pocas horas antes de que llegara nominalmente la primavera, el coordinador general del PP presentó la próxima convención que el partido tendrá el primer fin de semana de abril en Sevilla. La novedad no estaba en el lema, la ciudad o las ideas sino en la elección de la encina como árbol que, a partir de ahora, representará al partido. No se eligió el almendro y los frutales, que estos días perfuman ambientes y llenan de color los campos, sino la encina, un árbol discreto, resistente, de verdes enebro y casi inasequible al desaliento de los cambios climáticos.

El giro del aznarismo al marianismo no podía ser completo sin un cambio de logo. No bastó el cambio que enjaulaba la gaviota dentro del círculo blanco, porque la militancia aún se identificaba con la herencia de Aznar. Ahora, las desmemoriadas élites populares pueden presumir de que son mayores de edad, de que han 'matado' al padre que dirían los freudianos, de que tienen vida propia. Lo pueden hacer porque tienen un logo nuevo. Lo pueden hacer eligiendo uno de los árboles más emblemáticos de la península ibérica: el 'quercus ilex', un árbol milenario, recio, adusto, sufrido, resistente, adaptadizo, monótono, agrario y anodino.

Aunque se ha presentado con tecnología y diseño digital, la encina pertenece a la estética de los tiempos analógicos. El coordinador Maillo lo ha escenificado como símbolo que representa la protección, la vida, la fuerza y el arraigo de una organización que, como la encina, está por todos los rincones de España. Desde la dehesa extremeña al bosque mediterráneo, ningún árbol representa mejor las virtudes del partido: estabilidad, consistencia, equilibrio. También una imperturbable ataraxia propia de quienes quieren autoafirmarse en la solidez de unas raíces históricas que permitan resistir a estos tiempos de zozobra ideológica. Frente a una líquida España digital de los colores cálidos, hay también una sólida España analógica de marrones, azules y grises.

Para evitar que la nueva identidad no esté en lo viejo de la encina, el tronco y las ramas se han triangulado de forma cristalográfica para simbolizar gentes y proyectos, partes y todos, individuos y pueblos. Fórmula elegante y posmoderna con la que se evita entrar de lleno en universo de las ideas, el dinamismo de las tradiciones, el vigor de los valores y los sueños del regeneracionismo lúcido que necesitamos para los nuevos tiempos. Si la encina resiste todas las estaciones del año con una presencia discreta, firme, pública y serena es porque representa la fidelidad creadora. Por eso el teólogo Olegario González de Cardedal escribió, allá por 1973, el famoso libro 'Elogio de la encina'. No es un manual de cosmética política o ingeniería demoscópica sino un brillante ensayo de teología política que las élites populares podrían leer con provecho esta Semana de Pasión.

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