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El control del programa educativo fue cada vez más tenaz en el adoctrinamiento

BRUNO FERNÁNDEZ TERRASA

Martes, 27 de abril 2021, 07:17

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Llegó el requisito lingüístico y una exigua moratoria para los profesores que aún no habían certificado el conocimiento de la lengua cooficial. La mayoría de ellos, hastiados, se marcharon para ejercer la docencia allá donde no existieran pendencias lingüísticas. Pasaban los años y la maquinaria de presión social iba creciendo y sus estrategias psicológicas perfeccionándose. La radiotelevisión pública autonómica sólo emitía sus contenidos en la «lengua vernácula». Se comenzaron a elaborar planes de ayudas públicas a los comercios particulares que rotularan exclusivamente en catalán; luego vendría el régimen sancionador para aquellos que lo hicieran en castellano. Las sucesivas leyes de la función pública regional arrinconaban cada vez más el uso del español en la administración pública, e incluso ésta se inmiscuyó en las comunicaciones domésticas de los funcionarios. Allá donde lo privado era un obstáculo, los fanáticos de la causa eran enviados para señalar públicamente a aquellos que aún no se hubieran plegado a la «reividicació social». El control del programa educativo fue cada vez más tenaz en el adoctrinamiento, y con la excusa de la «defensa de la nostra llengua i cultura» comenzaron a difundirse entre los niños y jóvenes mensajes políticos que les inducían a rechazar visceralmente todo aquello que tenía que ver con España. El discurso del Poder subió de tono y empezaron a deslizarse sibilinamente ideas supremacistas. Una vez descontrolada la bestia, los recursos públicos se dedicaron casi en exclusiva al proceso de independencia; el resto de servicios quedaron descuidados y el sistema de asistencia social y sanitaria se resintió. Las empresas huyeron. Y por fin llegó la ruptura social; familiares, compañeros y amigos se enfrentaron y muchos dejaron de hablarse. Algunos ciudadanos de ciertos territorios de esa región se plantearon la secesión para escapar del delirio. Cuando nadie lo esperaba, llegó una gran pandemia. Murieron decenas de miles de personas, pero la ciencia reaccionó y desarrolló varias vacunas para combatir al enemigo invisible. En aquel lugar se organizó un plan de vacunación masiva de la población, pero, ebrios de ese sectarismo racista inculcado en casa, en la calle, en los colegios, en las universidades y a través de los medios de comunicación, los gobernantes decidieron excluir de la profilaxis colectiva a los miembros de las fuerzas del orden estatales por considerarlas «de ocupación». No fueron las primeras víctimas del conflicto social; no serían tampoco las últimas...

Elija usted si hablo de Cataluña o de la futura Comunidad Valenciana

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