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Las tediosas brumas centroeuropeas hidratan los delirios y las paranoias de los que se creen más de lo que son. El exilio cobardica de Puigdemont parece la jaula de oro y muermo de los narcos que, perseguidos por la DEA, escapaban hacia mansiones donde predominaba el aburrimiento. Reyes de la droga como Pablo Escobar, Félix Gallardo, Ernesto Fonseca, el Chapo Gúzman y tantos otros se rodeaban de impresionantes medidas de seguridad, pero acabaron perdiendo la partida por su mala cabeza fruto del exceso de dinero y del baño de sangre y polvo blanco. Puigdemont se derrota solo porque abraza el ridículo con notable frenesí. Y sin ayudas externas, lo cual no me negarán que tiene su mérito. Obsesionado con la seguridad, según apunta ABC, alcanza tal extremo su fantasía que blinda su torso mediante chaleco antibalas y, como algunos faraones, emperadores romanos o dictadores bananeros de torva mirada caníbal, dispone de catadores por si un maligno contubernio formado por conspiradores chungos le asperja los alimentos de ponzoña. Espero que, esos guardaespaldas en funciones catadoras, cobren un plus ante la mamarrachada a la cual les someten. Por dignidad. Pero también deseo que, además de las cámaras de vigilancia, redoblen la seguridad con otras medidas óptimas y necesarias para preservar la salud de tan robusto y temerario gerifalte. Por ejemplo, supongo que desde su entorno ya andan buscando un doble para Puigdemont. El doble es lo que marca la diferencia entre los grandes estadistas. Cuenta la leyenda que Franco lo tenía, pero no sé yo... Parece casi seguro que Stalin, Idi Amin Dada y desde luego Sadam Hussein (hasta hay película) disponían de ese clon como de mesa camilla por si una bala perdida les pretendía pasaportar. Puigdemont, sí, precisa un doble. Naturalmente pagado con fondos públicos.

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