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Qué divertido es todo esto, oye

Belvedere ·

Nada de perder el tiempo comprando en el mercado, qué cosa tan antigua y decadente, mucho mejor hacerlo desde casa

Pablo Salazar

Valencia

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Domingo, 11 de febrero 2018, 08:53

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El presidente de un gran banco alardeaba hace unas semanas de la creciente clientela que ya sólo se relaciona con su oficina bancaria a través de internet. Le faltó decir que gracias a esa sanísima costumbre, las entidades -la suya y el resto- cada vez necesitan menos empleados, de ahí los despidos masivos. Esta misma semana, el ministro de Fomento anunciaba un nuevo enlace ferroviario, el EVA, que no es el AVE, que dará más servicios y costará menos dinero. La bomba. Mi pregunta (inteligente, aunque esté mal que lo diga) surgió de inmediato, ¿cómo es posible dar un mejor servicio, ofrecer más prestaciones y, sin embargo, rebajar el coste del billete? Pues aunque eso tampoco lo destacó el ministro se lo digo yo: disminuyendo el personal de atención a bordo, nada nuevo por otra parte, es lo que hicieron ya hace años las compañías aéreas low cost, de ahí que el EVA que no es el AVE ya haya sido bautizado como el AVE low cost. También esta semana, una gran compañía de distribución y venta a través de la red llegaba a un acuerdo con el Mercado Central para mandar la compra a casa en una hora. Ya no será necesaria la molesta visita al templo modernista, aguantar a esa vendedora que te sonríe, te mira a la cara y te dice «¿qué mas quieres, bonico?», el paseo entre los puestos de frutas, verduras, carnes, pescados, mariscos, salazones, embutidos, frutos secos, los olores, los colores, la variedad, la posibilidad de probar los productos, «toma, toma, es Moscatel, buenísima, dulce como no has probado otra», el propio edificio, la arquitectura mediterránea que envuelve y atrapa la catedral valenciana de la alimentación... ¡arggg, qué desagradable todo, qué pérdida de tiempo!, ¿cómo se va a comparar semejante antigualla decadente y atrasada con el placer tecnológico de levantarte y desde tu casa, aún con el pijama y las legañas, pedir que te traigan una lechuga, cuatro tomates del Perelló, cuarta y media de queso y todo lo que se te antoje? Pero claro, ¿qué puede ocurrir si un número creciente de clientes compra a través de este mecanismo? Pues que una frutería, pongamos por caso, que además de su dueña emplee a una dependienta dejará de necesitarla. Todo esto, sin embargo, nos parece divertidísimo, un gran avance, como lo de las gasolineras donde tú (yo no, que no conduzco) llegas, te pones la gasolina y pagas lo mismo que en otras donde hay empleados que te sirven. O esos cafeterías self-service en las que no hay camareros, tienes que ir, pedir y llevarte la consumición a tu mesa. ¡Extraordinario todo, oye!, fenomenal, ya digo, no paro de reírme, encantador, realmente un gran logro de la humanidad, como cuando en los supermercados ya no haya cajeras y pasemos directamente las cosas. ¡Yupiiii, yupiiii! Lo que me pregunto es en qué vamos a trabajar todos, de qué vamos a vivir, cómo se va sostener el Estado del bienestar, cómo se van a pagar las pensiones. Y si me dicen que el sector tecnológico va a asumnir todos esos puestos de trabajo que se están perdiendo o se van a extinguir déjenme que pare un momento para seguir riéndome.

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