Borrar
Urgente Sánchez ve insuficientes las disculpas de Otxandiano pero confirma que no romperá con Bildu

Disparate

JOSÉ MARÍA ROMERA

Domingo, 22 de abril 2018, 13:45

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Hay algo de modélico, de admirable en el comportamiento de Cifuentes ante la revelación de su máster a la medida. Es la asombrosa capacidad de elevarse sobre las propias mentiras. Allá donde otros se habrían retirado a las primeras de cambio vencidos por la inapelable contundencia de la verdad, ella logra sacar de cada revés un argumento favorable y de cada nueva prueba en su contra un blindado burladero desde el que seguir desafiando la inteligencia de los demás. Van a tener razón quienes sostienen que el político está hecho de otra pasta. Un día alguien, en alguno de esos departamentos universitarios tan desacreditados ahora por nuestra heroína, estudiará el proceso y sus fases, la mecánica y las reglas de esta singular batalla defensiva librada con uñas y dientes para seguir no solo en pie, sino con fundadas probabilidades de supervivencia, si no de éxito.

El estudioso tendrá que seguir paso por paso el recorrido de este enorme disparate y explicar, por ejemplo, cómo es posible que la acusada se permita aparecer en todas sus comparecencias no con la humildad de quien ha sido pillada in fraganti, sino exhibiendo un orgullo desafiante que se adorna con la bronca al periodista y el desplante chulesco a la ciudadanía en general. Que el poderoso tome a los súbditos por idiotas no es cosa nueva. En el fondo la historia de la retórica pública no es sino una escalada constante hacia la sofisticación en las artes de la trola, un proceso que no habría sido posible sin el gustoso concurso de unas masas crédulas por definición. Unas veces salía bien y otras no tanto, ese era el juego. Cifuentes ha ido más allá. No solo ha creído que la gente es imbécil -creencia de mayor mérito en un contexto como este plagado de catedráticos, doctorandos e investigadores-, sino que le ha exigido que lo sea. Sus enfados públicos no son los de la tramposa contrariada al verse descubierta, sino los de quien no tolera que los demás se hayan salido del papel que su marco mental les había adjudicado. Y entonces les regaña.

En los gestos nerviosos, las muecas de labios ladinas, las risitas displicentes mientras desvía la mirada a unos folios sometidos a un alocado baile de subrayados, en las respuestas enfurecidas de Cifuentes se percibe la extrañeza indignada ante la comprobación de que sus acusadores no se comportan como los idiotas que ella desearía que fueran. Aún no se ha dado por vencida, no obstante. Algunos amigos míos han apostado sobre el destino final de la acorralada, en los términos binarios en los que se suelen plantear estos pulsos: unos sostienen que no tardará en dimitir, los otros que se mantendrá terne y finalmente triunfante. Que el montante máximo de las apuestas sea un café lo dice todo acerca de la convicción de ambas partes. Con prestidigitadores políticos de nuevo cuño como Cifuentes nunca se sabe.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios