Desmemoria e ingratitud
Reconozcamos la labor del Rey Juan Carlos y los servicios que ha prestado a España
SUSANA SANZ CABALLERO | CATEDRÁTICA JEAN MONNET. UNIVERSIDAD CEU CARDENAL HERRERA
Viernes, 14 de agosto 2020, 07:57
No soy sospechosa de monárquica. Algunos de mis tíos abuelos huyeron con lo puesto a México tras la Guerra Civil para nunca regresar a España. Fruto de ese exilio forzoso hoy día tengo al otro lado del Atlántico numerosos primos y sobrinos, a muchos de los cuales no tengo el placer de conocer más que por foto o por skype. Con ello quiero dejar claro el origen republicano de al menos una parte de mi familia y la falta de apego a la idea de una jefatura de Estado hereditaria. Pero lo cortés no quita lo valiente y no hay que ser muy lumbreras para comprender el papel excepcional que jugó el Rey Juan Carlos en la transición a la democracia y en la posterior consolidación del estado de derecho en España.
Estos días escucho comentarios que intentan restar méritos a la labor que llevó a cabo el Rey emérito indicando que hubo muchas personas e instituciones implicadas en la transición y que, en realidad, el logro del actual sistema democrático se debió a una labor conjunta de la sociedad española, la cual anhelaba dejar atrás la dictadura y acercarse a la Europa occidental. Nada que objetar. ¡Pues claro que fue una labor de toda la sociedad española! Pero de todos, faltaría más. Incluyamos ahí a los propios parlamentarios del régimen franquista que se hicieron el 'harakiri', los nuevos partidos políticos, sindicatos, patronal, sociedad civil, iglesia católica... Todos remaron en el mismo sentido, no como ahora que cada remo va para un lado y, cada vez con más frecuencia, hay graves palazos mutuos.
Pero el hecho de reconocer que el advenimiento de la democracia fue obra de todos no desmerece ni quita un ápice de valor al rol fundamental, capital, crítico, neurálgico y crucial (no quito ningún adjetivo) que desempeñó el Rey Juan Carlos en ese proceso. En sus manos estuvo el optar por la continuidad del régimen franquista sin Franco o bien encaminar al país hacia una fórmula más incierta (por inexplorada) caracterizada por la apertura, pluralismo, libertad y separación de poderes y en la que él mismo limitaría su propio poder como Jefe de Estado hasta circunscribirlo a lo puramente simbólico y representativo.
No dudó el Rey cuál de estos dos caminos era el que debía tomar ni en 1975 tras la muerte de Franco, ni en 1977 en las primeras elecciones democráticas, ni en 1978 con la aprobación de la Constitución (que define a España como una monarquía constitucional), ni tampoco en 1981 durante el golpe de Estado.
Fue tan profesional como para que pareciera que eran otros los que protagonizaban las reformas que cambiaron España para siempre (y para mejor, por cierto). Sin embargo, fue el Rey el principal artífice del cambio político. Y fue también el Rey quien además pilotó ese cambio tan modélico y ejemplar. No en vano, el caso español aún hoy se estudia en los manuales de historia contemporánea de muchos países como referente de transición pacífica, incruenta, inclusiva y negociada por todos los actores implicados.
Solo por eso habría ya que estar agradecidos a Juan Carlos I. Pero es que, si no queremos pecar de desmemoriados, a eso hay que añadir que durante sus casi cuarenta años al frente de la Jefatura de Estado ha ejercido sus funciones de representación internacional de forma y manera que España es conocida y reconocida en todas las partes de mundo como nación moderna, abierta, plural, desarrollada y sobradamente cualificada.
Muchas son las empresas españolas que pueden y deben agradecer las gestiones del Rey Juan Carlos (bien de marketing, bien de mediación) ante príncipes, gobernantes, organizaciones internacionales y multinacionales para que las firmas españolas y sus proyectos salieran bien parados en concursos y licitaciones internacionales.
El Rey Juan Carlos ha situado a España en el mapa internacional y la ha representado con orgullo, mesura, elegancia y saber estar. Sinceramente, no creo que ningún presidente de una república lo hubiera podido hacer mejor, con la ventaja añadida de la continuidad, ya que ha podido hacerlo durante un periodo mucho más prolongado de tiempo.
Pero todo este impresionante palmarés parece que en dos días ha quedado eclipsado, olvidado, incluso despreciado por un posible delito fiscal del que en realidad no ha sido siquiera acusado. Asistimos hoy en España al linchamiento de quien nos ha representado exitosa y dignamente durante décadas.
Qué fácil es destruir, pero qué difícil construir... Existe en democracia un pequeño principio llamado la presunción de inocencia que no se está aplicando en esta especie de linchamiento público. También conviene recordar el dicho aquel de que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Hasta donde ha trascendido, el Rey Juan Carlos pudo recibir donaciones y regalos de otros monarcas extranjeros amigos. Si esto es así, por ello hubiera debido tributar a la hacienda española. Pero ni malversó caudales del erario público, ni desvió fondos del Estado, ni aceptó sobornos, ni reclamó comisiones, ni recibió mordidas de empresas españolas. Quizá otros no puedan decir lo mismo.
No desacreditemos lo que ha funcionado bien. Si alguien me puede convencer de que un/a supuesto/a presidente/a de una supuesta república lo habría hecho mejor igual me lo pienso porque, en realidad, en mi esquema mental lo de heredar un cargo público me cuesta de encajar. Pero permítanme que lo dude. Por cierto, para instaurar un nuevo modelo de jefatura de Estado hace falta un consenso, un sosiego y una altura de miras que hoy brillan por su ausencia en el panorama político español. Entre tanto, por favor tengamos memoria, mostremos gratitud y reconozcamos la labor del Rey Juan Carlos y los servicios que ha prestado a este país. Y no seamos tan hipócritas y cainitas.