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Defraudar las expectativas siempre sorprende para bien o para mal. Uno de los retos más difíciles consiste en encajar en el retrato que han hecho de uno antes de darse a conocer. No digo que sea lo deseable sino que rara vez se produce. En pocas ocasiones recuerdo un clima de tanta excitación como cuando Dolores Delgado fue nombrada ministra de Justicia. «Ooooh sí, ahora sí que se va a notar...». «Dios, pero qué suerte hemos tenido!» Por fin, una fiscal ¡y muy de izquierdas!. De la Unión Progresista de Fiscales. «Terminará con los plazos, eso seguro», aventuraban. Y fíjate -decían- qué detalle ha tenido. Nada más formar parte del Gobierno ha querido venir a Valencia para apoyar a los que hasta hace unos días eran sus compañeros. El entusiasmo era todavía mayor tras la etapa de Rafael Catalá, que aunó su mala gestión con ser del Partido Popular. Bronca asegurada. Pero los tropiezos de Delgado y su inacción la sitúan ya cerca de su antecesor. La ministra dio largas a las asociaciones, rechazó reformar el sistema de elección de los miembros del Poder Judicial, se metió en un lío innecesario con su oposición a la defensa del juez Llarena y terminó negando conocer al comisario Villarejo para rectificar y que se acabara conociendo que compartían sobremesa. El ego -ingrediente que abunda en la personalidad de jueces y fiscales y también de periodistas- no ha sido buen aliado de la ministra. Al parecer, creía que lo sabía todo. Pero la política, aparte de ser difícil, es sucia. En Pulp Fiction, le advierten a un boxeador (Bruce Willis) que debe dejarse perder que quizá durante el combate sienta una ligera punzada en la cabeza. «Será el orgullo, que intenta joderte. A la mierda el orgullo». Pero claro, no todos somos capaces de sentir el pinchazo, menos aún de saber que se trata de tu ego.

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