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Dicen los que acarrean fracasos matrimoniales que el roedor que mina infatigable la melodía amorosa de la pareja brota con la desconfianza que les encabrita. Cuando las sospechas florecen alargadas por culpa de unas pequeñas mentirijillas, cuando las dudas hunden sus raíces, cuando alguien masculla durante una discusión de trapos sucios lo de «ya no me fío de ti», comienza la cuenta atrás porque se instala el imperio de la desconfianza. Entre Sánchez e Iglesias se impone el muro de la desconfianza y así no hay manera de avanzar. Bueno, el atasco viene por la desconfianza y por la pertinaz demanda de la tropa podemita exigiendo una vicepresidencia para fardar cuando las fotos de relumbrón en trances de ringorrango. ¿Qué hay de lo mío? Y lo suyo es una vicepresidencia y varios ministerios para iniciar la tanda de turístico regateo de zoco moruno. Pero ante las peticiones chocan contra el espeso frontón de la desconfianza que yace vigoroso como aquel infame telón de acero que protegía el paraíso comunista, no fuera que los malignos capitalistas fuesen a invadirles para disfrutar de la escasez y el racionamiento. Bromas aparte, suena un poco ridículo que dos líderes talludos coincidan en acusarse de desconfianza sin apenas sentarse en la mesa de la partida de póquer. Recuerdan con tanto melindre las escenas de aquellas matrimoniadas, gran éxito de audiencia, producidas por José Luis Moreno. Espero que suban el nivel de las apuestas apelando, tras la desconfianza, al «respeto». El respeto, en efecto, según nuestros amados clásicos del cine y las novelas negras, es la clave que lubrica los pactos de provecho entre los hombres de honor. Pedro y Pablo recurren al tono entre doméstico y colegial de la desconfianza olvidando que todo demarra con el respeto que preside las relaciones entre adultos.

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